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Columna
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La piel del otro

La estupenda Another year, de Mike Leigh, que si se apresuran todavía pueden ver en los cines, está protagonizada por una pareja felizmente casada, bien compenetrada, que lleva toda la vida junta. A su alrededor pululan unos personajes inmensamente solos, desesperados, que no encuentran pareja ni compañía estable, que se sienten envejecer y decaer, que buscan inútilmente consuelo en el alcohol. A pesar de que la pareja feliz les acoja a veces y les anime, no parece captar el grado de desdicha de sus amigos, y a menudo le resultan un incordio.

Alguien me dijo: claro, porque a una persona satisfecha, afortunada, le es muy difícil ponerse en la piel de otra desgraciada. De acuerdo, parece lógico que la distancia entre las circunstancias y las experiencias vitales de unos y otros tenga que ver, que el ejercicio empático e imaginativo de ponerse en el lugar del otro sea tanto más difícil cuanto mayores sean las desemejanzas. Por ejemplo, ¿por qué a muchas mujeres les deja más bien frías el cine bélico, el western o las competiciones deportivas? En gran parte, me parece, porque están protagonizados casi exclusivamente por hombres y porque las experiencias vitales y los roles sociales que plasman están bastante alejados de los suyos propios.

Sin duda, cuanto más jerárquica y desigualitaria sea una sociedad, más difícil será salvar las distancias -de clase, de género, de raza, de religión- siquiera con la imaginación. El noble no se pondrá en los zapatos (como se dice en inglés) del siervo, ni el fiel en los del infiel, ni viceversa. En cambio, en sociedades como la nuestra, donde todas esas jerarquías están cuestionadas y se expande una mentalidad igualitaria, la capacidad empática encontraría -en teoría- un caldo de cultivo mucho más apropiado. Al menos en la medida en que viene acompañada de la conciencia de la contingencia y la vulnerabilidad comunes a todos: yo podría ser esa anciana desahuciada, echada de su casa como un perro; yo podría ser ese hombre que, con infinita vergüenza, se pone a pedir en la calle. Y al revés, yo podría ser esa rica empresaria que se enfrenta al dilema de despedir a buena parte de sus trabajadores o de reducir drásticamente sus beneficios.

Las diferencias de condición, de circunstancias y experiencias vitales dificultan, sí, pero no imposibilitan el acercamiento empático. En eso consiste precisamente su grandeza, en que se pueda ensanchar a círculos cada vez más alejados de uno mismo. Lo verdaderamente difícil viene después: ¿qué se hace con ese intento de comprensión del otro? ¿Cómo se le juzga, cómo se le ayuda? ¿Cómo debería haber actuado el matrimonio feliz de Another year con sus amigos desdichados? ¿Cómo nosotros con todos aquellos que nos molestan, que nos incordian, que piensan de modo tan diferente? El acercamiento a la piel del otro es un principio (difícil). No un final feliz.

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