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Columna
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El necesario encanto de la política

Salimos de unas elecciones generales marcadas por la robotización del voto (¿piove?, porco governo!), al estilo de los reflejos del perro de Paulov -un modelo de voto conocido como voto económico- y seguimos de lleno en la política esperando las elecciones autonómicas gallegas, en nuestro caso, y también las vascas y las andaluzas. Y en este punto del relato una mayoría de personas se vuelve hacia mí (con ira) y ejecuta un mohín de desesperación y desprecio a la política, y más en estos tiempos de desafección y 15-M. En tiempos como estos cualquier actitud que no sea esa desafección hacia la política puede ser mal entendida. Lo es, de hecho: se supone que defender tal cosa es una aberración fundada en cualquier corruptela.

Nunca Galicia pasó tan desapercibida en Madrid, donde ha perdido cualquier estatus especial

En la Encuesta Social Europea 2008-2009 (cuarta edición) se dice, en su presentación en el Reino de España: si nos comparamos con el resto de países europeos encontramos que el porcentaje de personas que se interesan "mucho" o "bastante" por la política en España es el más bajo de toda Europa (26%). ¿Será cierto? Es un dato de opinión que, sin embargo, contradice ciertos datos rotundos y empíricos. Los cito a continuación.

Redondeando las cifras a la baja, los debates de Zapatero con Rajoy (aproximadamente 13 millones de telespectadores como media) y de Rajoy con Rubalcaba (aproximadamente 12 millones de telespectadores de media) han sido seguidos por mucha más gente que los más emocionantes partidos de fútbol de Primera División, y solo parecen superados por la final España-Holanda de la Copa del Mundo (unos 15 millones de telespectadores), y no por mucho. ¿Por qué entonces miente tanto la gente cuando le preguntan por su interés por la política, y le niega a ésta cualquier interés en su corazón y en su mente?

Galicia, situada en el rango 12 entre 19 autonomías y ciudades autónomas en el apartado "mucho o bastante" interés por la política (28,8%) en el reciente estudio preelectoral del CIS, en plena desafección política, Galicia, digo, no destaca por su interés verbalizado hacia la política, pero los vascos, tan ruidosos en este terreno, están muy poco más arriba y otros ciudadanos como los andaluces, los aragoneses y los castellanoleoneses están por debajo.

Es posible que una parte de ese falso o fingido horror a la política, desmentido por los datos empíricos de audiencia, solo evidencie un miedo, nunca desaparecido del todo, al viejo franquismo y a sus hombres de acción, tan esencialmente antipolíticos ("Haga como yo, no se meta en política", dijo Franco a Joaquín Ruiz Giménez ante unas quejas de este hacia algún personaje político de la época).

Se acercan unas elecciones autonómicas marcadas por dos vectores opuestos. De un lado, el vector antipolítico de la crisis económica, que aparta a la gente de las urnas y de la esperanza; y, de otro lado, el vector político de la necesidad de reflexionar y hacer política en una tierra que se ha quedado sin un significativo capital crediticio propio, sin un nivel de empleo aceptable, sin ninguna o apenas ninguna prensa en su lengua, sin grandes esperanzas de casi nada y unida por la política al cordón umbilical del conservadurismo europeo y a su ineficiente diseño económico de salida de la crisis.

La política debe retomar la iniciativa y ocupar a la gente como si fuese algo sagrado: es la decisión sobre la gestión autonómica, en este caso. Una cuestión central cuando Galicia tiene una nueva oportunidad de salir de la crisis por otras vías. Hay que intentarlo. La desafección política solo sirve a los que desean hacer política en exclusiva y desde esa exclusividad diseñar nuestras vidas y haciendas.

Nunca Galicia pasó tan desapercibida como ahora en Madrid, donde ha perdido cualquier estatus especial, como Cataluña o Euskadi. Y eso se traduce en dinero y en oportunidades y se llama desarrollo sostenido hacia una segunda modernización más completa, más ambiciosa, más excelente. Para Galicia, la política tiene hoy más sentido que nunca.

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