Javier Pradera, hasta siempre
El lunes 21 de noviembre de 2011 no fue un buen día. Todo me costará más entenderlo sin Javier Pradera; con él también se ha muerto su lucidez, su inteligencia, su perspicacia y me faltará un referente para poner un poco de luz en estos tiempos de penumbra. ¿Quién me explicará mejor que él la que se nos avecina con el triunfo de la derecha en este complejo país? Probablemente nadie, porque era insustituible como analista político. Perdón, no solo como analista político, era insustituible como ser humano, un hombre que te inspiraba confianza por el mero hecho de estrecharle la mano.
Nunca pude imaginar que le saludaría por última vez en la Residencia de Estudiantes en la presentación de un libro de Santos Juliá. Javier estuvo tan brillante como siempre. Con ese fino humor que le caracterizaba indicó que él estaba allí de cuerpo presente para recomendar la lectura del libro de su amigo Juliá. Muchos le rieron su gracia (maldita gracia la suya en determinadas ocasiones), pero él era así, capaz de reírse de su sombra.
Hace tres o cuatro domingos me agarré un mosqueo de cuidado al comprar EL PAÍS. Por razones técnicas se indicaba que esa edición no incluía el suplemento dominical. Es decir, para mí faltaba lo imprescindible de mi periódico: los artículos de mis escogidos (Pradera, Cruz, Ramoneda, Juliá, Lindo, etcétera), esos que te ayudan a comprender mejor una realidad tan compleja y que de vez en cuando recorto para guardarlos como si de incunables se tratara.
Hasta siempre, señor Pradera, fue un placer conocerle, seguiré disfrutando de usted releyendo sus artículos.
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