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Uno de los grandes errores de Barack Obama durante su campaña presidencial fue hablar de la rúcula. Lo hizo en el peor de los escenarios posibles, ante una multitud de campesinos de Iowa sembradores de maíz y trigo. "¿Rúcula? ¿Y eso qué es?", la pregunta corrió por un auditorio perplejo que inmediatamente diagnosticó que aquel hombre no era uno de los suyos. Sin embargo, a Ronald Reagan le fue muy bien con sus caprichos gastronómicos. Los americanos lo adoraron a partir del día en que reconoció públicamente que le pirraban las gominolas. "De repente pareció más joven y accesible, y la gente vio al niño que llevaba dentro". Habla Matthew Jacob, coautor del libro What the great ate: a curious history of food & fame. El autor menciona el caso de la millonaria Meg Whitman, consejera delegada de eBay que fuera candidata a gobernadora de California. "Se negó a pegarle una mordida a un hot dog y hasta Los Angeles Times acabó contando que lo había cortado en trozos con un cuchillo de plástico y había probado una porción con el dedo meñique extendido. Después de eso nada consiguió salvar su carrera política". El escritor asegura que los votantes tratan constantemente de sortear los eslóganes y buscar más allá. Cómo y qué come un político puede aportar algunas claves útiles; por ejemplo, la manera en que el candidato se relacionaría con la gente "normal'".
Solo un politico del carisma y fortaleza de Bill Clinton se atrevió a elogiar la comida basura
En materia de comida no hay segundas oportunidades. Gustas o no gustas. Hemos preguntado a los cabezas de listas de estas elecciones generales qué menú habrá hoy en su mesa mientras el resto decidimos a quién votamos.
El candidato del Partido Popular (PP), Mariano Rajoy, piensa en un cocido gallego, tradicional y contundente. Según nos cuenta su directora de comunicación, lo hará a mesa puesta, "con todo el ritual, como debe ser". Menos claro lo tiene Josep Antoni Duran i Lleida, candidato por las listas de Convergència i Unió (CiU). "Ni idea", dice por teléfono, "lo que preparen a última hora. Probablemente una pasta y pescado a la plancha. Todo me va bien". Duran se define a sí mismo como una persona "de buen comer" y cree que su almuerzo de hoy no será particularmente estresado ni con demasiados rituales. "Será como en cualquier día festivo, mi mujer, mis hijos y yo sentados juntos a la mesa".
De momento, nuestros cabezas de listas se mueven en zona neutra y equilibrada, como mandan las consultoras de imagen: "La apetencia por la comida rápida puede dañar la imagen de un político porque la gente quiere un líder saludable y capaz de trabajar muchas horas. Pero el exceso de sibaritismo y el gusto por los sitios caros pueden ser interpretados como un gesto de ostentación, inaceptable en los tiempos que corren", indican desde la consultora Prime Impressions Imagen.
"Comeré con mi familia. Me gusta cocinar y cuando estoy en casa soy yo quien prepara la comida", explica por correo electrónico Cayo Lara, candidato por Izquierda Unida (IU). "Tendré que decidir entre paella o migas. Ambas cosas me salen bien". Cuenta que mantiene un viejo debate con algunos compañeros sobre si la paella admite o no aceitunas. Él defiende el "no". Si es posible, se abstiene de "los bocadillos de carretera". "No me gustan las prisas, soy muy de cuchara. Me gusta comer a su hora con vino y gaseosa o, en su defecto, con cerveza sin alcohol". Su plan para hoy es pasar la mañana en casa, echar un vistazo a la prensa, votar, darse un garbeo por las redes sociales Twitter y Facebook y por la tarde ir a la sede del partido. "El resto es fácil de imaginar...".
Rosa Díez, cabeza de lista por Unión Progreso y Democracia (UPyD), comerá temprano en casa, "algo al horno y un caldito casero para entonar bien el estómago", y luego se acercará a Madrid a conocer los resultados. Un batacazo electoral no le quitaría el hambre, tampoco unos resultados muy buenos. "Las elecciones no me afectan al estómago". El estrés no le cierra el estómago, y para los días especialmente largos y difíciles prefiere un colacao con leche muy caliente antes de meterse en la cama. Si tuviera que celebrar una victoria, lo último que le preocuparía sería el menú. "Cualquier cosa; entonces lo más importante sería, sin duda, la compañía".
Esperaba encontrar candidatos nerviosos, estresados, amigos de tirar de bocadillo o de comer de pie. Gente a la que se le cerrara el estómago el día en que se abren las urnas o que escogiera un menú para quitarse el estrés de encima. Por ejemplo, Duran i Lleida recomendaría para un día de estrés -que no es el caso, nos ha dicho que hoy "no le pueden los nervios"- una ensalada de rúcula y una pasta aglio oglio con peperoncino. A un candidato perdedor le aconsejaría comer "lo que más le guste". ¿Y a un ganador? Piensa un segundo y responde: "No he ganado nunca... pero quizá un arroz con verduras, y de segundo, un pescado".
Sabemos poco de los gustos gastronómicos de nuestros políticos. En Canadá, por ejemplo, saben que el primer ministro, Stephen Harper, es un amante de la comida china y del picante, "mientras más fuerte, mejor". En su casa tiene "hasta 30 tipos diferentes de salsa picante". Asimismo, es público y notorio que Michael Ignatieff, antiguo líder del Partido Liberal, prefiere los filetes y el vino tinto. Del antiguo líder de la oposición canadiense se conocía hasta su restaurante favorito, un bistrot francés de la calle de Saint Denis en Montreal.
"Ya estoy cansado de comer de pie y a base de canapés. La agenda del político es despiadada con el sistema digestivo". Josu Erkoreka, candidato de EAJ-PNV, es el primero que se queja a las claras. "Así que hoy comeré con mi familia un plato de legumbres de caserío y un vaso de buen vino de la Rioja Alavesa. Habrá que acopiar energía para esta larguísima tarde-noche". Si se tratara de una cita romántica, "para celebrar un aniversario", se decantaría por un magret de pato. Y si la cita fuera nocturna, "un besugo del Cantábrico al horno". Pero hoy tocan elecciones generales y a Erkoreka las comidas copiosas y grasientas le producen un abotargamiento general que le intensifican el estrés.
Alfredo Pérez Rubalcaba, candidato por el PSOE, también intentará relajarse con una comida ligera. Pasta y pollo. Comerá con su mujer, Pilar, y un grupo de amigos. "No será una comida rápida, pero tampoco tranquila. Una hora para desconectar de la tensión de hoy".
Solo un político del carisma y la fortaleza de Bill Clinton se atrevió a elogiar durante dos campañas seguidas la comida basura, concretamente las hamburguesas de McDonald's. El profesor Lenny Vartanian y su equipo de la Universidad de Cornell hicieron el siguiente experimento: crearon un personaje de ficción llamado Pam y lo presentaron a un grupo de más de cien estudiantes; a unos le dijeron que Pam solía comer avena con fruta fresca y nueces para desayunar, y a otros, que desayunaba pasteles. Esta última versión fue considerada por todos más agresiva, vaga, egoísta e inmoral que la que comía avena. Sin embargo, Clinton salió favorecido políticamente de su arriesgada dieta McDonald's. Sus asesores sabían que, a pesar de los pesares, comer hamburguesas tiene sus ventajas. La gente percibe a los amantes de la comida basura como más divertidos, felices y sociables que sus tensos y sanos contrincantes comedores de avena orgánica.
Dulce presidencial
Cocineras en la Casa Blanca. Al tiempo que Barack Obama y John McCain luchaban, en 2008, por la presidencia de Estados Unidos, sus esposas lo hacían en la revista Family Circle. Cada una presentó una receta de galletas. Michelle optó por rociarlas de amaretto, mientras que Cindy las hizo con avena. Según los lectores de la revista, fue McCain quien ganó la batalla repostera.
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