Era un gordito crespo, de pies planos, con los dientes separados...
'La historia de Mayta', de Vargas Llosa, mañana con EL PAÍS por 7,95 euros
Mario Vargas Llosa nos miente. Dice que no tiene imaginación, que depende solo del trabajo. Y miren lo que ha hecho con una noticia que leyó en Le Monde una tarde en que estaba pensando en periodismo. Hizo La historia de Mayta. ¿Qué decía la noticia? Lo cuenta él en el prólogo de esta novela que mañana se incorpora a la colección de su obra completa en EL PAÍS: "Esta novela nació gracias a un breve suelto que leí en Le Monde, a principios de los sesenta, informando de que una minirrebelión de un subteniente, un sindicalista y un puñado de escolares había estallado y sido aplastada casi al mismo tiempo en la sierra peruana".
Claro, en ese tiempo, con América Latina incendiada de ardores (reales o ficticios, es decir, literarios) de revolución, el joven Vargas Llosa que hacía periodismo en París sintió que le estaban contando una historia cercana, y se encontró, quizá en su imaginación, quizá en su autobiografía, con un compañero de pupitre que sería ya un compinche literario a partir de cuya peripecia, de niño a revolucionario, trazó un dibujo que fue, al fin, "la más literaria" de sus novelas. Es una historia que se lee de un soplido, pues aquí está el Vargas Llosa más veloz, ayudado por su capacidad para describir ambientes y paisajes, equipado como nunca para utilizar la paciencia flaubertiana en beneficio de una novela que requería tiempo, melancolía, es decir, literatura. Aquí los paseos, las brumas, el color de la tierra, la presencia del mar, incluso el olor de los pupitres, los olores de las casas, los mismos colores de la noche, no son circunstancias, son la esencia misma de lo que se está contando. Como la gente.
Es un libro que se lee de un soplido; aquí está el Vargas Llosa más veloz
Pasaron 20 años desde que Vargas Llosa leyó la noticia que le produjo ese clic que muchas veces ejerce un influjo ineludible en sus deseos de escribir (que son cotidianos, y en este libro se describen). En ese tiempo pasaron muchas cosas, en América Latina y en Vargas Llosa, que pasó de ser un hombre de izquierdas, creyente en el germen revolucionario que había anidado en el corazón juvenil de los latinoamericanos de su generación, a ser un liberal asustado ante las bravatas de aquellos que habían sido sus héroes campechanos. Lo cuenta así: "La historia de Mayta es incomprensible separada de su tiempo y lugar, aquellos años en que, en América Latina, se hizo religión la idea, entre impacientes, aventureros e idealistas (yo fui uno de ellos), de que la libertad y la justicia se alcanzarían a tiros de fusil".
El héroe, Mayta, surgió de esa mezcolanza, como una memoria, y por tanto, con una fuerza singular entre las obras de Mario Vargas Llosa. Ahora se lee así, como una obra literaria; uno piensa que entonces sería, también, el hallazgo narrativo que se sometió al dictado de su propia conciencia, como ciudadano que cambia de idea y que decide que es mejor contarlo. El libro conserva esa sinceridad y esa frescura que entonces seguramente llevó a leerlo de lado a muchos de los que desprecian la experiencia de otros si esta no les resulta grata a sus presunciones ideológicas. Dijo, en una multitudinaria presentación, en Madrid, en 1984: la historia de Mayta "plantea ese problema que siempre me ha interesado, el de la ficción y la realidad. La ficción es lo más importante en mi vida y pienso que la literatura como ficción enriquece a la gente. Pero hay otras ficciones: las políticas, las ideológicas, que no se reconocen como ficciones".
Mayta era, escribe Vargas Llosa, "un gordito crespo, de pies planos, con los dientes separados y una manera de caminar marcando las dos menos diez...". A partir de ahí nace la historia de un revolucionario que acaba como un melancólico recuento. Y la melancolía (es decir, la literatura) arranca de pupitres en los que probablemente Mario se sentó con Mayta en el Colegio Salesiano. Ahí empezó Mario a mentir, es decir, a inventar historias como esta que tuvo a Mayta como protagonista. No era cierto que no estaba dotado para la ficción: vivía dentro de la ficción. Ahí vive.
Babelia
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