Curso de ruina y democracia
El siempre optimista Eduardo Punset afirmaba hace poco que, en realidad, esta crisis no es peor que las anteriores. "De entrada, esta vez sabemos por qué se ha producido, cosa que no ocurría en los años 30". Quería decir, supongo, que esta vez hay más información disponible, más medios de comunicación y más gente capaz de entender y reflexionar sobre las claves de lo ocurrido. Es una forma de verlo y quien no se contenta es porque no quiere. En otra entrevista, la cantante islandesa Björk se explayaba largamente sobre las causas de la crisis en su país. Hasta que de pronto, en un rapto de humildad, reconocía: "Aunque a lo mejor, no sé, no entiendo tanto del tema, solo he tomado el mismo curso acelerado de ruina económica que el resto".
Nos suena. Y es que todos asistimos a ese mismo curso acelerado de ruina económica. Puede que en verdad consigamos entender algo más del asunto que aquellos pobres hombres y mujeres del crack del 29, pero aunque así fuera no resulta muy consolador. Nuestras pobres competencias ciudadanas tanto en materia económica como política provienen sobre todo del seguimiento de los medios; pocos son los ciudadanos que han tenido la suerte de gozar de una buena preparación académica a ese respecto. No nos han entrenado ni para ser consumidores responsables ni para ser emprendedores; como no nos han entrenado tampoco para ser demócratas con conocimiento y convicción. A menudo se afirma que los políticos son los primeros que deberían ejercer esa labor de pedagogía política. Pues bien, constatamos una vez más que las campañas electorales son el peor momento para ello. Las simplificaciones partidistas producen sonrojo; el autobombo y la denigración del adversario, hastío. Con frecuencia, uno va a votar no gracias a la campaña, sino a pesar de ella.
Sin embargo, y no es que Punset me haya contagiado su optimismo desmesurado, me pregunto si este curso acelerado de ruina económica no está suponiendo también para nosotros un curso acelerado de democracia. Un curso sobre sus límites y sus amenazas. O lo que es lo mismo, una invitación a la reflexión sobre el tipo de democracia que queremos y por el que estamos dispuestos a luchar. Al fin y al cabo, estamos asistiendo a un momento apasionante, al de su tercer nacimiento: si primero, en la Atenas clásica, fue una democracia directa en la que participaban no más de unos treinta mil hombres libres, y después una democracia representativa liberal a la medida de los multitudinarios Estados-nación que conocemos, ahora tenemos la posibilidad de ir constituyendo una democracia transnacional, la única que podría controlar esos mercados transnacionales que nos llevan por la calle de la amargura. Por supuesto, de esto no se ha hablado en la campaña. Como si fuéramos plenamente soberanos. Como si tuviéramos la última palabra.
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