España no es sospechosa
Ante los malos resultados, el reto de la selección es defender el fútbol contracultural con el que alcanzó la cumbre, lo que no consiguieron Hungría en 1954 y Holanda en 1974
Algunos titulares de la prensa internacional se preguntaban ayer por la selección española y, muy especialmente, por sus malos resultados frente a rivales de alto calado como son Argentina, Portugal, Italia e Inglaterra. Hasta los franceses dudan de la salud de La Roja. El viejo orden futbolístico europeo sospecha del romántico juego de los muchachos de Del Bosque, admirados, por otra parte, por la jovial Alemania de Löw y por ilustres holandeses como Cruyff o Kluivert.
Los españoles perdieron el sábado en Wembley (1-0). Jugaron razonablemente bien, mejor que en partidos amistosos anteriores, y resolvieron mal, como ocurre de vez en cuando, momento en que se cuestiona su falta de pegada y su poca sangre por no mentar a la dichosa furia. No ha faltado tensión competitiva en las fases de clasificación y las finales y, en cambio, el equipo ha estado excesivamente amable en los amistosos disputados desde que salió campeón de Johanesburgo.
La falta de autocrítica ha provocado la caída de grandes equipos
Pero no hay dudas respecto a la idea del juego, el estilo y el potencial
Las constantes, en cualquier caso, no parecen ser preocupantes. No hay debate respecto a la idea del juego, el estilo y el potencial. Acaso ocupan los detalles de siempre y ciertas deficiencias estructurales: preocupan los laterales, máxime después de que Sergio Ramos se reivindique como un excelente central; hay partidos en que la mezcla Busquets, Xabi Alonso y Xavi no funciona bien, y ya se sabe que los goles van por rachas y ahora Fernando Torres y Villa coinciden en una mala.
España, al fin y al cabo, se sabe manejar con marcadores cortos, como se constató en Sudáfrica, y el seleccionador atina con los cambios cuando se trata de corregir al equipo. Puede que contra Inglaterra se echara de menos a Llorente, al lesionado Pedro o a Navas para acelerar el juego, profundizar y desbordar más, apuntar mejor. Cuando la retórica es excesiva, como el sábado, se añoran a los jugadores concretos, aquellos que son capaces de romper y desmarcarse y los que tiran a gol.
Hubo un cierto afeitado en el equipo de Wembley. Le faltó arrebato y hasta Cesc Fàbregas, un volante fiable ante la portería, se adocenó por momentos. El carácter de España no se mide a partir de la virilidad de sus futbolistas, sino de su agresividad con el balón. Se notó que el partido del sábado no era propiamente de competición. Así que la jovialidad de algunos noveles ingleses fue tan destacada como la fatiga de muchos célebres españoles.
Del Bosque no pareció contrariado en exceso por el resultado, aunque resulta difícil saber qué cara pone cuando se enfada. No hay motivos para la alarma, pero tampoco para la autocomplacencia. La falta de autocrítica ha provocado la caída de grandes equipos y a España le conviene preguntarse por mejorar a fin de prolongar un reinado admirable por su forma de entender el juego.
El mérito de La Roja ha sido precisamente el de conquistar el mundo con un fútbol nada convencional, irrespetuoso con la vieja jerarquía, si se quiere contracultural para usar la terminología de Bielsa. España consiguió en 2010 lo que en 1954 se negó a Hungría, la misma que había ganado a Inglaterra en Wembley, o en 1974 a Holanda, equipos excelsos, futbolísticamente revolucionarios. No extraña, por tanto, que Inglaterra, Italia, Argentina o incluso Francia y Portugal miren los resultados del equipo español como un posible síntoma de su claudicación y una invitación a recuperar el estatus perdido tanto en la Eurocopa como en la Copa del Mundo. Hasta cierto punto es razonable que los adversarios duden de España, pero sería un error que La Roja se cuestionara a sí misma. El reto es adecuarse a las necesidades, algo jamás visto en un equipo singular y diferente, único, nada sospechoso.
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