Tensión y emoción

La semana italiana del Festival de Jazz barcelonés alcanzó uno de sus picos más altos con el incombustible Enrico Rava en Luz de Gas. El trompetista de Trieste nunca ha sido un personaje excesivamente popular en nuestro ambiente, probablemente por no ser norteamericano, y la sala de la calle de Muntaner, incomprensiblemente, no se abarrotó, pero el ambiente podía rasgarse con una cuchilla de afeitar y eso, en cosas de jazz, suele ser mucho más importante.

Enrico Rava y su nuevo grupo ofrecieron un concierto intenso, de los que por sí solos justifican la existencia de un festival; una música atemporal, entrañablemente pasada de moda, bañada en la libertad jazzística de los setenta pero mirando hacia adelante con seguridad y, sobre todo, recurriendo una y otra vez al lirismo de la ópera italiana. El jazz de Rava bebe en muchas fuentes diferentes, pero el resultado es tremendamente personal y, vivido en directo y en la corta distancia, alcanza una emoción intensa, reconfortante. Rava juega a crear tensiones entre sus músicos y les deja que desenreden ellos mismos el ovillo en un cambio constante tanto de tonalidad como de contexto musical. La tempestad más free se codea con una melodiosa sensualidad. Su música es cambiante, a veces de forma brusca, pero es fácil seguir el camino que Rava va trazando, seguirlo casi hipnóticamente.

En Luz de Gas su concierto sumergió al público en un mundo onírico, repleto de sensaciones. En muchos momentos los espectadores no sabían si lo adecuado era aplaudir o mantenerse quietos para no interrumpir. Al final todo acabó relajándose y hasta puso a cantar de forma distendida al público, algo así como un happy end tras 90 minutos de tensión y emoción.