Rebelión en las capitales
Pese a las medidas adoptadas por el último Consejo Europeo, estamos todavía lejos de ver la luz al final del túnel. Como viene siendo costumbre desde que comenzara la crisis, los líderes europeos han adoptado medidas de cortísimo alcance, parches que tapan temporalmente las diferentes vías de agua que se han abierto en el edificio del euro y que vuelven a posponer las soluciones que proporcionarían estabilidad al sistema. El reguero de cumbres europeas y votaciones parlamentarias que ha requerido la ampliación a un billón de euros del Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FEEF) es la mejor prueba de que la crisis que vivimos es de naturaleza esencialmente política. Es hoy más evidente que nunca que los líderes europeos funcionan con un esquema mental inverso al que la situación exige: en lugar de solucionar los problemas nacionales pensando desde parámetros europeos, intentan solucionar los problemas europeos pensando desde parámetros exclusivamente nacionales. No es de extrañar que las cuentas no nos salgan, ni a los ciudadanos ni a los mercados: hace tiempo que ambos se han dado perfecta cuenta de que no es la suma de estas partes nacionales, cada vez más incapaces y enfrentadas entre sí, la que salvará a Europa.
Por un lado, el Parlamento alemán y el partido de Merkel (la CDU) imponen cada día más limitaciones a la capacidad de actuación de la canciller y, al mismo tiempo, condiciones más severas al resto de los socios. El borrador de declaración sobre Europa y la crisis que la CDU debatirá en su congreso del 14 de noviembre (reproducido hoy en el blog Café Steiner) plantea una reforma de los Tratados cuya lógica es meramente punitiva: sacrificios y exigencias de toda índole sin ninguna contrapartida política de largo alcance. No se trata tanto de que vayamos a una Europa alemana, que podría ser aceptable bajo ciertas condiciones, sino de una Europa penitenciaria en la que la única medida es la austeridad y, a decir de algunos, la recesión el único horizonte económico para aquellos que queden señalados como incumplidores.
Del lado italiano, un sistema político que ya estaba inmerso en una profundísima crisis, moral y de funcionamiento, recibe ahora la puntilla al mostrarse completamente incapaz de articular los compromisos y la credibilidad internacional necesaria para salir de la crisis. Con ello agudiza los deseos de muchos en Alemania y otros países de ir hacia delante con una Europa reducida, a varias velocidades, con un núcleo duro de austeridad y estabilidad que sería el que llevara las riendas. Por eso, aunque la crisis italiana haya aliviado las presiones que España sufría, no es consuelo alguno ni ayuda ya que debilita aún más el edificio que intentamos sostener con nuestros ajustes y reformas. Y tampoco ayuda a Francia, cada vez más debilitada ante los ojos de Alemania como portavoz de una Europa meridional débil y poco fiable.
En esta última semana, la crisis política se ha agudizado al extenderse las tensiones a la división entre los 17 miembros de la UE que también lo son de la eurozona y los 10 que no lo son. La trifulca entre Sarkozy y Cameron a costa de si Reino Unido debe participar o no en las reuniones donde se hable del futuro del euro puede proporcionar alguna satisfacción temporal a aquellos que desde hace tiempo quieren ajustar cuentas con Reino Unido y sus constantes desaires al proyecto europeo. No obstante, tras votar 79 diputados tories (uno de cada cuatro) contra su líder, es evidente que el pacto de no agresión entre Europa y los conservadores británicos ha saltado por los aires: el pragmatismo del que Cameron ha hecho gala hasta ahora en sus relaciones con Europa tendrá en adelante un elevadísimo coste ante la opinión pública británica, que según las encuestas votaría por 49% contra 40% a favor de retirarse de la UE en un referéndum que el 70% de la población demanda. El referéndum no tendrá lugar, al menos inmediatamente, pero provocará que en una eventual renegociación de los Tratados europeos, las tradicionales líneas rojas de Reino Unido se sitúen tan delante que hagan imposible cualquier avance. Aquí también, la apertura de una Europa a varias velocidades, aunque desencadenada por el descuelgue de Reino Unido, perjudicará a otros, en concreto a aquellos miembros de la UE que quieren ser miembros del euro pero no pueden, como Polonia. La crisis se extiende por la política interna de los Estados, haciendo más difícil la solución, una solución europea que cada día parece más necesaria y cada vez más imposible.
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