Octubre rojo
Dos exposiciones coinciden en explorar las tensas relaciones entre arte y poder en la Rusia soviética
Un espectro recorre Madrid. El sueño utópico -luego pesadilla- de la revolución rusa tuvo una expresión artística que participaba del mismo afán transformador. Dos exposiciones coinciden en el tiempo para explicar la complejidad de las relaciones entre creadores y poder, que se estrenaron con una entusiasta colaboración inicial para acabar en la purga, deportación o suicidio en los años negros del estalinismo.
En La Casa Encendida, la muestra La caballería roja. Creación y poder en la Rusia soviética de 1917 a 1945, bucea en el magma cultural de los años veinte y treinta a través de más de 300 pinturas, dibujos, esculturas y material audiovisual. Escritores como Anna Ajmátova, Borís Pasternak, Vladímir Mayakovski o Mijaíl Bulgákov; artistas como Vasili Kandinski, Marc Chagall, Kazimir Malévich, Aleksandr Ródchenko; cineastas como Serguéi Eisenstein y músicos como Serguéi Prokófiev.
"En ningún país, en ningún tiempo, se ha concentrado tanto talento creativo como en la Rusia soviética de las tres primeras décadas del siglo XX", señala la comisaria, Rosa Ferré. Según el director de La Casa Encendida, José Guirao, "se ubica a los artistas de la vanguardia en el contexto de la eclosión creativa ligada a la revolución y su evolución".
La exposición da cuenta del trágico destino de muchos creadores bajo la mano de hierro de Stalin. Si Lenin no mostró mayor interés en las vanguardias, más que como instrumentos propagandísticos para llevar el mensaje revolucionario a una población mayoritariamente campesina, a su muerte Stalin aplastó toda veleidad creativa y sometió a artistas y escritores al estricto servicio de su proyecto político. "Era imposible realizar ningún trabajo -entre otras cosas porque eran trabajos por encargo, no había comercio, no había mercado- que tuviera el más mínimo ápice de descontento, que no fuera entusiasta con la revolución", indica Ferré.
Así llegaron las purgas masivas, en las que sucumbieron numerosos creadores, mientras las artes plásticas abandonaban la exploración vanguardista para dar paso al realismo socialista. Una de sus figuras más representativas, Aleksander Deineka, protagoniza la retrospectiva organizada por la Fundación Juan March. Aunque fue un hombre del régimen -tenía 18 años en 1917 y murió en 1969 siendo presidente de la Academia de Bellas Artes de Moscú-, su obra ilustra la tesis que propone Manuel Fontán, director de exposiciones de la fundación: que el estalinismo no eliminó totalmente la aspiración de transformar lo real propio de las vanguardias: "Deineka es un realista socialista, pero no a la manera de Courbet, sino que, sobre todo en su primera etapa, practica un realismo mágico como reflejo de ese sueño utópico". Así, asegura Fontán, la exposición Aleksander Deineka (1899-1968). Una vanguardia para el proletariado rebate la consideración generalizada que reduce todo el realismo socialista a un "mero kitsch academicista y al servicio de la propaganda política".
En el teatro se habla ruso
Un nuevo auge de los rusos se hace evidente en la ciudad. Hace unas semanas desembarcaba en Madrid el Teatro Académico de la Juventud de Rusia, con un centenar de actores y técnicos a bordo, para sumergirnos durante nueve horas seguidas en la Rusia de los grandes ideólogos y literatos del XIX, descrita y escrita por Tom Stoppard en
La Costa de Utopía
y dirigida por Alexei Borodín. Lo promovía el Centro Dramático Nacional (CDN). Simultáneamente, el Teatro de la Abadía reponía, tras su éxito en el teatro Lara, los
Veraneantes
de Gorki, transponiendo la Rusia de primeros del siglo XX a nuestra España de comienzos del XXI, y que luego se fue al Corral de Comedias de Alcalá de Henares. En paralelo a todos ellos, la pequeña sala Guindalera, que dirige Juan Pastor y que tradicionalmente elige obras de Chéjov en su titánica lucha por ofrecer un teatro de calidad y de autor, estrenaba
Tres años,
una lección sobre la búsqueda de la felicidad que se mantendrá en cartel durante varios meses. Y ahora acaba de llegar, también al teatro Compac Gran Vía,
Donka, una carta a Chéjov,
un homenaje al autor ruso y la última creación de Daniele Finzi Pasca, el director de los Corteo (Cirque Du Soleil), Nebbia y Rain (Cirque Éloize). La escena cada vez habla más ruso en Madrid.
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