Últimos sueños en celuloide
El veterano cineasta 'underground' Jonas Mekas presenta sus videocartas
Han pasado más de ocho décadas desde que un militar ruso destruyera con sus botas la primera cámara que tuvo Jonas Mekas, pero la imagen persiste obstinada en el recuerdo del anciano cineasta. "Yo era un niño, y con toda mi inocencia salí a la carretera a fotografiar los tanques. Era mi primera cámara. El principio de todo. Y ahí sigue, destrozada en el suelo". Nacido en Lituania en 1922, Mekas llegó a Nueva York en 1949, donde se convirtió en uno de los fundadores del cine underground estadounidense. Una etiqueta que no solo engloba su pionero cine de vanguardia sino su labor como escritor desde las páginas de su revista, la mítica Film culture (fundada en 1954), desde su columna del Village Voice, y desde su empeño de guardián de la memoria cinematográfica a través de Anthology Film Archives, institución única en el mundo que desde su fundación en 1970 cataloga, preserva y exhibe películas, todo tipo de películas, en uno de los mayores gestos de amor al cine de los que hay noticia.
"¿Por qué grabo lo que grabo y no otra cosa? No me interesa responder"
"Todos los Gobiernos tienen la obligación de salvaguardar la memoria fílmica"
Pero la cabeza de Mekas no se quedó anclada en aquellos años de ebullición artística ni su obra se atascó en ninguna tradición. En 2007 rodó con su afilada mirada puesta en la diminuta pantalla de los iPods 365 películas diarias (365 day project) que se estrenaron en Internet y que apuntaban sin prejuicios a eso que él describe como "filmar como reacción a la vida". Una reacción que ahora emerge en un nuevo proyecto: las Correspondencias que, dentro de la serie de películas epistolares entre cineastas producidas por el CCCB de Barcelona y la Casa Encendida de Madrid, ha mantenido en los últimos dos años con el español José Luis Guerin. En ellas, además de hacer lo que más le gusta (bailar, beber vino y contemplar el paso de las estaciones por la ventana de su casa de Brooklyn), Mekas se pregunta por el misterio de filmar, el impulso irrefrenable de grabar momentos de su vida, fragmentos que perduran mientras los días siguen su curso. "¿Por qué grabo lo que grabo y no otra cosa? Es una pregunta retórica que me hago pero que en realidad no me interesa responder. Y no me interesa porque no hay respuesta. Los griegos lo sabían bien: hay musas y cuando llegan, simplemente, no podemos resistirnos a ellas".
¿Y cuando se le apareció por primera vez su musa? "Tenía seis años", responde con su inglés algo metálico, aun impregnado por sus orígenes. "Le recité a mi padre, que era un granjero, un hombre del campo, un largo poema épico sobre lo que él hacía en ese preciso momento. Es curioso, pero creo que he dedicado mi vida a intentar recrear aquel instante. No hago otra cosa: filmo sobre lo que veo, y, como entonces, siempre estoy muy cerca de los hechos".
Pero los hechos tienen el pulso de su ánimo y por eso el cine de Mekas es un tratado compuesto por mil pedazos de realidad que reflejan su manera única de estar en el mundo. "Una situación, un sonido, un color... cualquier cosa activa dentro de mí ese impulso que me mueve a querer capturar esa memoria y, quizá, compartirla con otros. Aunque eso viene luego y, para mí, es secundario".
Filma para sí mismo, insiste. La última vez que sacó su cámara ha sido por la mañana, cuando sobrevolaba los pirineos en avión. "Quería grabar la nieve de las montañas, esa nieve que lleva ahí toda la vida". Hoy presentará en Barcelona sus cartas con Guerin y luego viajará en coche hasta Madrid con "una pandilla" compuesta por su hijo y viejos amigos llegados de toda Europa. "Somos unos cinco, queremos parar en lugares, ver el paisaje, conocer a la gente. Me gustaría pasar por Ávila. Desde hace años sigo los pasos de Santa Teresa. Tengo una película dedicada a ella, Las canciones de Ávila. Filmé en 1966 las primeras secuencias. Luego volví, el país era otro. Ella me seguía interesando: era una trabajadora, creo que de ahí viene nuestra vieja relación, pero por favor no me pregunte más, es difícil explicar que nos conecta con determinados santos".
Mekas esquiva a su santa pero exige que se recuerde que la memoria fílmica de un país es tan importante como las obras de arte de sus museos. "Dígalo, escríbalo. Todos los gobiernos tienen la obligación de salvaguardar esa memoria, la que está en todas las películas, de todos los tipos". La energía del anciano cineasta fluctúa: en su solapa, una chapa de apoyo al movimiento Occupy Wall Street reconoce que ya no es "el único soñador" que quedaba en Nueva York aunque su mirada a la ciudad no puede evitar estar teñida de nostalgia: "Mi vida en Nueva York no fue siempre de vino y rosas, pero yo solo recuerdo el vino y las rosas".
Babelia
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