_
_
_
_
_
Reportaje:

Paso a dos

El coreógrafo de la sesión, el fotógrafo Manuel Outumuro, está convencido de que ya tiene la instantánea para abrir este reportaje. "Yo creo que esta es insuperable. Aunque tenemos tiempo; si queréis, podemos hacer una más". José Carlos Martínez y Antonio Najarro asienten en sincronía. "Vamos a intentar superarla. Seguro que se puede". La reacción de ambos bailarines y coreógrafos no podía ser otra. Después de todo, sus vidas son una sucesión de retos. ¿Los más recientes? La dirección de la Compañía Nacional de Danza, en el caso de Martínez, y del Ballet Nacional de España, en el de Najarro.

Para José Carlos Martínez (Cartagena, 1969), la carrera de obstáculos comenzó en 1984, cuando su profesora de danza, Pilar Molina, comunicó a sus padres que le había enseñado todo lo que sabía. Tenía que salir de Murcia. Con destino Cannes. Allí se instaló nada más terminar octavo de EGB, solo y sin hablar una palabra de francés, para perseguir una pasión que le había elegido a él y no a la inversa. Tres años más tarde, en 1987, estaba en la escuela de la Ópera de París, y en 1988 superaba las pruebas para formar parte de su cuerpo de baile. En 1990 ya era bailarín solista. No le podía ir mejor. "Pero a partir de ese momento apenas bailaba, así que me preparé el concurso de ballet de Varna y gané la medalla de oro. Cuando volví con ella, al director, Patrick Dupond, que había ganado ese mismo premio 15 años antes, no le quedó más remedio que empezar a ponerme". Tardaría dos años más en ser primer bailarín. "La Ópera no es una compañía, sino una institución. Hay exámenes todos los años, puedes ir hacia arriba o hacia abajo. Creo que hay una competencia sana porque no es contra los demás, sino hacia delante". Y desde 1997 fue bailarín estrella, la máxima jerarquía. El pasado 15 de julio fue su despedida oficial de los escenarios de la Ópera de la Bastille y del Palacio Garnier tras 24 años en los que ha bailado a las órdenes de los grandes coreógrafos del siglo XX, entre otros, Maurice Béjart, Mats Ek, William Forsythe, Roland Petit y Pina Bausch. "Pero el duelo ya había empezado. En realidad, ese espectáculo fue una fiesta. Mi último baile fue el 30 de abril. Esa era la última vez que bailaba un espectáculo de temporada. Se bajó la cortina, subí a mi camerino y me dije: 'Se acabó, esto hay que vaciarlo".

Martínez: "Tienes que deformar tu cuerpo para que luego sea estéticamente bonito"
Najarro: "Es increíble cómo cambias. La vida te enseña a modelar la impaciencia"

"Despacito y con buena letra". Esa frase, insiste Antonio Najarro (Madrid, 1975), condensa su filosofía de vida. Pero al revisar la cronología de su carrera es inevitable fruncir el ceño. ¿Despacito? ¿En serio? A los 14 años, en el Real Conservatorio de Madrid -donde se graduó con matrícula de honor- ya ideaba coreografías. "Reunía a 15 alumnos y les hacía venir antes de las clases, a las siete de la mañana, para prepararlas. ¡Y ellos venían sin falta!", exclama. "Fue una época muy bonita, pero muy dura, porque también tenía que sacar buenas notas en el instituto". A los 15 años comenzó su carrera profesional en el ballet de Rafael Aguilar y, como se proponía, con el tiempo fue primer bailarín con Alberto Lorca, Mariemma, José Granero, José Antonio Ruiz y Antonio Gades. En 1997 ingresa en el Ballet Nacional de España. En 1999 asciende a bailarín solista, y un año más tarde, a primer bailarín. Tenía 23 años cuando Aída Gómez, por entonces directora de la institución, decide programar una de sus coreografías, y 26 cuando funda su propia compañía. "Soy muy ambicioso, en el buen sentido de la palabra, y quería ser capaz de crear espectáculos completos, de expresarme con un lenguaje propio". La Compañía Antonio Najarro ya había estrenado su cuarto espectáculo cuando le nombraron director del Ballet Nacional de España el pasado abril. A los 35 años. "La verdad es que todos mis sueños se han cumplido".

De París a Madrid. "Sé a lo que vengo. He vivido con ello. Evidentemente no hay que perder de vista que la Ópera tiene más de 300 años y la Compañía Nacional de Danza, 32, pero voy a tratar de aportar mi grano de arena. Tengo ganas de transmitir la experiencia de todos estos años". En Francia, dice Najarro, "van al teatro para descubrir, y aquí no tenemos esa costumbre". Precisamente uno de sus principales objetivos es atraer al teatro a un público más joven. "Tengo que llamar su atención, por eso voy a recurrir a actores, diseñadores y músicos actuales. Si no hago ese reclamo, quienes desconocen la danza española no se van a acercar a ver un ballet de repertorio de hace 50 años".

Desde los años noventa, los establos del antiguo matadero de Madrid albergan las sedes de la Compañía Nacional de Danza y el Ballet Nacional de España. Hay una puerta, cuenta Najarro, que comunica ambos espacios, y nunca se ha abierto. Ellos sí que tienen previsto atravesarla y colaborar en un futuro. No se ponen plazos. Tienen mucho por hacer. Ambos quieren hacer temporadas estables en Madrid y abrir sus respectivas instituciones a nuevos estilos. "Yo procedo del mundo de la danza clásica y muchos consideran que vengo a hacer ballet clásico, pero se equivocan", dice Martínez. "Vamos a hacer cosas contemporáneas, vanguardistas, a revisitar el pasado. Sé que abrir fronteras cuesta. La gente de la danza contemporánea es alérgica a todo lo que no sea contemporáneo, y en el clásico pasa igual, pero ese fue el debate de principios del siglo XX. Ya pasó a la historia. Estamos en el siglo XXI".

Najarro, por su parte, se propone recuperar la diversidad de la danza española. "Ahora hay un gran vacío. Desde la época de oro de los grandes, como Antonio El Bailarín y Antonio Gades, que dieron un vuelco a nuestro baile, hasta hoy, cuando solo se habla de flamenco. Y de un flamenco muy asociado a personalidades, que nos ha llevado a terrenos interesantes y tiene una gran atracción mediática, pero contamos con mucho más: un folclor maravilloso, danza clásica, escuela bolera; mi intención es reivindicar ese legado".

El contraste entre la belleza en movimiento del escenario y las miserias -dolor, ambición, celos- que se esconden tras el telón, esa dualidad de la danza, siempre ha sido pretexto de fascinación. Desde Edgar Degas, que retrató obsesivamente la sangre, el sudor y las lágrimas de las pequeñas bailarinas -la agonía de sus músculos, sus ampollas, las lacerantes huellas de sus corsés-, hasta el excesivo Darren Aronofsky en la película Cisne negro. Ambos ofrecen idéntico comentario: "La danza es antinatural". "Tienes que ir deformando tu cuerpo para que haga eso que luego es estéticamente tan bonito", continúa Martínez. "En definitiva, tienes que domarlo".

"¿Qué vamos a hacer con ese chico tan alto y flaco?", murmuró el legendario Rudolf Nureyev, por entonces director artístico de la Ópera de París. Martínez tenía 19 años, medía 1,89 y pesaba 69 kilos. "Para los altos es más difícil girar, saltar, ir rápido, y yo he tenido que trabajar más esa parte. Pero llegó un momento, cuando era solista, que me ponían a bailar todas las piezas de pequeños. Estaban todos los bajitos y yo, que había conseguido esa rapidez de ejecución", cuenta ufano.

Najarro no tuvo que lidiar con ese tipo de problemas. "¡Gracias a Dios tengo una constitución muy agradecida! ¡Y una masa ósea muy fuerte!". Aunque sí con alguna que otra lesión. "Me han operado de bursitis, he bailado con esguinces... Gajes del oficio. Cuando estás en el escenario se te olvida el dolor, lo das todo, pero en cuanto te quitas la bota te acuerdas". Una tendinitis torturó a Martínez durante un año y medio. "Encontré un sistema para bailar con ese dolor. En los ensayos marcaba los saltos, pero los reservaba para el espectáculo. Ahí saltaba perfectamente porque con la adrenalina no lo notas, pero terminas y te pones hielo". Por supuesto, la mente tampoco se libra de la doma. "Hay gente que lo pasa fatal. En el estudio están perfectamente, pero no el día que tienen que salir a escena. Y es frustrante porque no disfrutan sabiendo que lo pueden hacer mejor. De pasarme eso, yo no hubiera seguido bailando. Afortunadamente nunca he tenido miedos. Todo mi trabajo es para ese momento sobre el escenario", dice Martínez.

La madurez, según Najarro, es un activo. "Es increíble cómo cambias. A los 15 años, si elegían a un compañero en lugar de a mí para un papel, me pillaba una rabieta terrible porque pensaba que no estaba al nivel. Mis peores momentos han sido porque quería que las cosas me llegasen todavía más rápido. Pero la vida te enseña a moderar esa impaciencia y yo ahora hago un importante trabajo de psicólogo con los bailarines porque hay mucha inseguridad en el mundo de la danza".

Cuarenta y dos años es la edad de retiro de la Ópera de París (antes el límite estaba en los 40). José Carlos Martínez -simplemente José Martínez en Francia- los cumplió el pasado 25 de abril. "He bailado más de lo que había soñado bailar, así que lo que baile a partir de ahora es como una lotería, es un extra, para pasarlo bien. Ni puedo ni necesito bailar tanto como antes porque ahora tengo que hacer más esfuerzos, tengo que tener más cuidado, antes era muy fácil", reconoce. De todas formas, él siempre trató de disfrutarlo al máximo por si ese retiro se adelantaba. "Tengo una alteración cardiaca y he tenido que vigilarme constantemente. Los médicos siempre me dijeron que, de complicarse, tenía que operarme y estar un año sin hacer esfuerzo físico. Esa ha sido siempre mi espada de Damocles. En los ensayos, cuando me encontraba cansado, me preguntaba: ¿es normal o es mi corazón? Y miraba a izquierda y derecha para ver cómo estaban los demás. Y normalmente estaban igual de agotados", bromea. Es, dice, un buen momento para el cambio. Para centrarse en la dirección y que sean otros quienes bailen, creaciones suyas -desde 2002 es también director artístico de José Carlos Martínez en Compañía- y de otros, pues su pretensión es invitar a Madrid a algunos de esos "maestros" con los que trabajó en París. "Para mí, la coreografía es la manera de prolongar mi danza. Antes lo hacía con mi cuerpo y ahora haré bailar a los demás".

Antonio Najarro tiene 35 años y se resiste a pensar que su despedida del pasado 10 de agosto en Alicante fuese su último baile. "Claro que tengo que dejar de lado mi compañía y el baile para entregarme a la dirección del Ballet Nacional, pero reconozco que me da un poco de pena porque creo que estoy en uno de mis mejores momentos, ahora piso de otra forma el escenario", razona. "Al principio quieres hacer diez piruetas, tocar los palillos, todo... Comerte el mundo. Pero luego vas asentándote, tus músculos se resienten y, aunque sigo en forma y me siento bien, el cuerpo y la mente te piden ir hacia terrenos más artísticos. La prioridad empieza a ser el mensaje de la danza".

Martínez coincide plenamente: "Se trata de una evolución. Con el tiempo, eso de bailar La bayadera y El lago de los cisnes tres veces por semana no puede ser, pero tampoco te apetece. Quizá cuando eres más mayor, tu salto no es tan potente, pero le vas a dar otro aire, otra dinámica. Al ir avanzando en mi carrera veía vídeos y decía 'uy, si yo pensaba que ya no podía hacer eso". Y otra coincidencia: los dos aseguran que no les va a costar ningún esfuerzo acostumbrarse a que sean otros quienes reciban los aplausos. "Los que ellos se lleven también los consideraré míos. Me llenarán igual". Y Martínez, que advierte de que siempre ha preferido bailar a saludar, apunta divertido: "Además, siempre me quedarán los DVD".

Irresistible no volver a rondar el polémico Cisne negro, filme que recorre la atroz obsesión de una bailarina, encarnada por Natalie Portman, que no duda en dejarse la piel -literalmente- y la cordura para ser la perfecta Odette/Odile en El lago de los cisnes. Ambos la han visto. Cómo no. Najarro pone los ojos en blanco: "¿Que si hay competitividad en la danza? Por supuesto. Pero apenas nada en comparación con el patinaje artístico sobre hielo". En el año 2000, Marina Anissina y Gwendal Peizerat viajaron a España porque querían preparar un programa de música flamenca para los Juegos Olímpicos de Invierno de Salt Lake City. El elegido fue Najarro, que trabajó con ellos durante un año y medio en Lyon. En 2002, la pareja francesa ganó la medalla de oro por su coreografía, Flamenco. "Eso es competición. Tú representas a tu país, tienes a millones de personas pendientes de ti y cinco minutos para demostrar lo que sabes hacer. ¡Y los rusos tienen un carácter increíble! Ahí sí que se respira competitividad sana y no tan sana", exclama el madrileño, que desde entonces ha seguido vinculado al patinaje y ha firmado coreografías para otros campeones como Jeremy Abbott o Stéphane Lambiel.

El intérprete francés Vincent Cassel, que da vida al tirano director artístico Thomas Leroy, acudió precisamente a la Ópera de París para preparar su personaje. "Nos envió un DVD que estuvo circulando entre todos nosotros", explica Martínez. A su juicio, él estaba muy exagerado y confiesa que no pudo reprimir alguna que otra carcajada. "La vi con cierta guasa, tenía bastantes cosas ridículas". También cierto poso de verdad. "No recuerdo qué estaba bailando yo en esa época, pero tenía muy mal la pierna, así que me puse a ver la película con la pierna en alto y hielo en la rodilla. Hacia el final, cuando ella sale contenta y feliz porque lo ha conseguido y se tira hacia atrás y dice esa frase de 'Ha sido perfecto'... Después de lo que me había estado riendo durante toda la película, me miré, ahí sentado, con mi hielo, y pensé: '¡si es que, en verdad, estamos todos locos perdíos!".

Piruetas en la cumbre. José Carlos Martínez (izquierda) y Antonio Najarro, nuevos estandartes de la danza.
Piruetas en la cumbre. José Carlos Martínez (izquierda) y Antonio Najarro, nuevos estandartes de la danza.OUTUMURO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_