La 'primavera árabe' pasó
La primavera árabe acabó hace tiempo: solo hay que ver las informaciones que nos llegan esta misma semana, ni primaverales, ni alentadoras. En Egipto, enfrentamientos entre manifestantes coptos y Ejército; en Túnez, una turbamulta de radicales islamistas ataca una televisión por programar la película franco-iraní de animación Persépolis; en Siria sigue la espiral de muertes, entierros multitudinarios, represión feroz y nuevas muertes; el yugo represivo ahoga a los bahreiníes; en Libia la guerra no ha acabado y ya se registran castigos colectivos a las poblaciones que permanecieron fieles al tirano; y el retornado dictador de Yemen persiste en el exasperante juego de los anuncios incumplidos. Acabó la primavera, cuando lo impensable llegó a parecer al alcance de la mano, pero sus frutos seguirán madurando, a ritmos muy distintos en cada país.
Desde finales de marzo no hay en el mundo árabe un avance común en una misma dirección
La primavera árabe duró bien poco: unas 10 semanas. Empezó en enero con la extensión de la contestación por Túnez. La huida de Ben Ali desencadenó un terremoto que sacudió al mundo árabe entero. Ni un solo país escapó inalterado. Fueron momentos sorprendentes, casi mágicos, en los que las personas perdieron el miedo y se atrevieron a tomar el destino de sus países en sus manos. Nada parecía imposible en las semanas convulsas en las que sociedades que habían parecido resignadas demostraron su ambición de cambio. El momento extraordinario en el que los gobernantes árabes, agobiados por los problemas de sus propios Estados, llegaron a votar la solicitud de una intervención internacional en Libia fue el canto del cisne de esa adelantada primavera, que se apagó bajo el estruendo de las bombas sobre la carretera hacia Bengasi. La primavera árabe fue una suerte de luna de miel de los demócratas árabes con un mundo al que fascinaron, quitándole el sueño a dictadores desde el Caribe hasta Pekín e inspirando nuevos movimientos de protesta que llegarían hasta Wall Street.
Si la primavera fue compartida, el fruto ha sido diverso. Desde finales de marzo no hay en el mundo árabe un avance común de todos los países en una misma dirección. Hemos visto intervenciones internacionales a favor y en contra del cambio, represión salvaje, conflictos civiles, pero también la expulsión de dictadores, reformas impensables hasta hace bien poco, y un cambio en la percepción de los árabes por parte del resto del mundo. Los efectos continuarán mucho tiempo recorriendo la región, pero seguir designando como un mismo fenómeno las distintas evoluciones de cada país da lugar a confusión. Los árabes no suelen usar la expresión primavera árabe, de factura europea, y no pocos se irritan ante una etiqueta que simplifica y embellece fenómenos tan dispares. Deberían sonar las alarmas cuando a los burócratas bruselenses, adictos a los acrónimos, les parece una buena idea usar la palabra primavera en inglés para denominar a su nuevo programa para los países árabes en transición, SPRING (Support for Partnership, Reform and Inclusive Growth, palabras elegidas para ceñirse al cliché).
Las consecuencias de las 10 semanas de adelantada primavera política están teniendo reverberaciones muy distintas, y solo con el tiempo podremos calibrarlas. Es demasiado pronto para caer en el cinismo de los que ya preveían que "esto iba a acabar mal", o los que ven por todos lados guerras del petróleo y la mano del Mosad, pero tampoco podemos imaginar que vayamos a tener democracias liberales y elecciones impecables desde Rabat hasta Riad. La realidad es que habrá que seguir los acontecimientos en cada país, y olvidarse de aplicar modelos de talla única para entender casos tan dispares como Siria y Marruecos.
No habrá otoño ni invierno árabes que marchiten las esperanzas nacidas a principios de 2011, porque ni el mundo árabe es tan homogéneo, ni evoluciona en ciclos tan cortos, y algunos de los cambios son irreversibles. La primavera árabe quedará como un momento excepcional, unos días intensos que, eso sí, abrieron un escenario nuevo en la región y en no pocos Estados. Los países, regímenes y sociedades irán recorriendo este nuevo escenario a su ritmo y según sus circunstancias, condicionados como siempre por la geopolítica. El Nobel de la Paz a la activista yemení Tawakul Kerman es un homenaje a ese impulso inicial y extraordinario que se desató en el mundo árabe, pero también a la perseverancia para forjar un futuro distinto y mejor ante barreras extraordinarias que no se fundirán como simple nieve bajo el sol.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.