Desastres naturales y responsabilidad
Tenemos la curiosa costumbre de hacer de la naturaleza nuestra enemiga. Un volcán en erupción no es una tragedia, es un parto. Nueva vida. Una alegría aunque llegue con dolor. El día en que la tierra deje de escupir lava será porque está muerta. Y ese día nosotros también moriremos. Los terremotos, los tsunamis, los huracanes, los volcanes, los movimientos tectónicos, las riadas y desbordamientos rejuvenecen la faz de la Tierra, crean montañas, sacan a la superficie minerales, regeneran los ecosistemas, permiten a un terreno volver a la prehistoria geológica y empezar de cero. La culpa no es de ellos sino nuestra.
Construimos pueblos en laderas imposibles y al borde de barrancos, listos para ser arrasados el día en que a esos barrancos les dé por hacer lo que siempre hicieron: correr, desparramarse, arrastrar torrentes de agua. ¿Pero es que nadie les enseñó en la escuela cómo se formaron y para qué sirven los barrancos? Levantamos complejos turísticos en cada metro cuadrado del Caribe, donde desde que el hombre es hombre, cada verano, los huracanes arrasan todo lo que encuentran a su paso. Ponemos hoteles al pie del Etna, del Teide. Plantamos San Francisco en medio de una falla que está destinada a abrirse en canal y dejar California flotando como isla en el Pacífico. Construimos centrales nucleares a la orilla misma del mar en la costa más sísmica del planeta. Tecnología punta japonesa para una estupidez universal.
Y lo peor de todo es que tenemos todos los conocimientos necesarios para no hacer semejantes barbaridades. Pero nos tapamos los ojos para no ver y jugamos a que aquí no va a pasar nada. Y si pasa lo llamamos desastre natural. En realidad, el único desastre natural que hay sobre la Tierra somos nosotros.
Un volcán, eso es lo que son todas las islas Canarias. Cada trocito de suelo que allí se pisa salió de las entrañas de la tierra. No es más que lava. Lava lavada, lava gastada, lava erosionada, lava pulida, lava fría y en algunas partes, todavía, lava caliente. Y siguen vivas, las islas. Por suerte para ellas, y para el planeta. Aunque nos fastidie, nos inquiete y nos desoriente. Están vivitas y coleando, y a lo mejor un día deciden sacudirse las pulgas de encima.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.