Salvaje pena de muerte
El pasado miércoles, de madrugada, recibía una muy dura noticia que me indicaba que el ser humano aún no ha dejado del todo atrás la barbarie: Troy Davis, un hombre negro condenado a muerte por el asesinato de un policía había sido, a su vez, asesinado por unos funcionarios de EE UU.
Ninguna de las personas que están a favor de la pena de muerte con las que he hablado me han dado una razón a favor de dicha pena que no sea la de la venganza. La pena de muerte no tiene un poder disuasorio mayor que otras penas (el número de crímenes por habitante en EE UU es mucho mayor que en España o Francia, por ejemplo) y es un vestigio inhumano, bárbaro e incivilizado de aquella antigua norma del ojo por ojo.
Con todo, lo que más se olvida es que los ejecutados son personas, que sienten, que tienen miedo a la muerte, que también tienen familiares que les lloran. Troy Davis era la esperanza de una familia pobre, un chico universitario, amable e inteligente y que tenía un futuro prometedor. Pero fue encerrado en la cárcel con unos 20 años. Y aunque muchas veces le ofrecieron una pena menor si confesaba su culpabilidad, prefirió ser ejecutado antes que admitir haberlo matado. Sin embargo, como decía el lema de una campaña, él era culpable hasta que se demostrara lo contrario.- Pedro Victori. Sevilla.
"Yo no lo hice. Siento mucho su pérdida. Pero yo no maté a su padre, hermano o hijo", dijo Troy Davis antes de que lo asesinaran. Decía el poeta inglés W. H. Auden que "las palabras de un hombre muerto se modifican en las entrañas de los vivientes". Esperemos que las últimas palabras de Troy modifiquen muchas cosas en Estados Unidos, empezando por la salvaje pena de muerte.
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