La trampa de la legibilidad
Comienza la temporada europea de los premios literarios. En las próximas semanas se darán a conocer los ganadores de algunos de los más prestigiosos galardones institucionales -el Booker Man, el Goncourt, el Renaudot, el Femina, el Deutscher Buchpreiss, entre otros- y de los que conceden grupos o editoriales privados, como el Planeta, el mejor dotado económicamente después del Nobel. La mayor parte de los incontables premios literarios españoles -y esa es otra de nuestras excepciones culturales- se conceden a obra inédita, es decir, a libros cuyo valor literario y comercial no ha sido contrastado por la crítica y los lectores. Por sus propias características y estructura, los premios comerciales generan mayores recelos acerca de su honorabilidad e imparcialidad. No quiero decir que no existan premios comerciales honrados, sino que son más susceptibles de manipulación. Claro que la corruptela admite numerosos matices: desde las suasorias aproximaciones a autores famosos para que se presenten ("aunque no podemos garantizar nada, por supuesto"), hasta la firma de contratos previos para cubrir el caché del autor invitado. Incluso conocí a un consejero delegado muy cutre que instaba a sus editores a abrir al vapor los sobres de las plicas para averiguar quién se ocultaba tras ellas. El resto del trabajo lo hacen los jurados, a menudo muy marcados por el inevitable representante impuesto por las editoriales, que consideran que su negocio es demasiado importante para dejarlo en manos de jueces externos, por muy prestigiosos que sean.
Las editoriales consideran que su negocio es demasiado importante para dejarlo en manos de jueces externos, por prestigiosos que sean
Unos y otros premios conseguirán el efecto de reavivar el mercado de cara a la campaña navideña. Ayuda, desde luego, el hecho de que la mayoría se concedan a novelas, el género comercialmente hegemónico: de ahí que las obras ganadoras y finalistas, convenientemente aventadas y publicitadas por los medios (que saben aprovechar las intrigas, incidencias y rumores que acompañan a todo premio importante), acaben convertidas, en mayor o menor grado, en best sellers. Así está sucediendo en el Reino Unido con los seis finalistas del Booker de este año: la short list se dio a conocer el pasado día 6 (el ganador se sabrá el 18 de octubre), y en el tiempo transcurrido desde entonces se han multiplicado geométricamente las ventas de todos ellos, superando (en un 127%) las de las novelas finalistas de 2010. Los premios no comerciales tienen una ventaja adicional. No vinculados a la estrategia de los sellos privados, conceden un mayor margen a las posibilidades del mérito literario. El Booker Man Prize (fundado en 1968) se ha caracterizado (aunque no siempre lo haya logrado) por el equilibrio entre valor literario y comercial. Pero este año sus jurados lo tienen un poco más difícil. Su presidenta, Stella Rimington (antigua directora del MI5, por cierto), ha sorprendido a propios y extraños declarando que el criterio principal que debe guiar al jurado es la "legibilidad" (readability) de las obras. Y todos sospechamos -sin necesidad de haber sometido los libros a las pruebas de Flesch-Kincaid sobre facilidad de lectura- lo que quiere decir la dama. Sobre todo si lo aclara añadiendo que quiere un ganador enjoyable, es decir, agradable, placentero.
Libros placenteros y legibles hay muchos. Depende para quién. Legible podría ser tanto Moby Dick como El código Da Vinci. Y, si me apuran, hasta La muerte de Virgilio. Muchos de los libros premiados con el Booker -desde Hijos de la medianoche, de Rushdie, a Desgracia, de Coetzee- son legibles, aunque no sé si muy enjoyables. Lo malo es ponerle puertas al campo: decidir que lo legible es solo que se lee sin esfuerzo, como las muy prescindibles novelas de espías (nada que ver con Le Carré) que ha publicado la señora Rimington desde que dejó de perseguirlos. Si su criterio se impone, el Booker de este año podría ser, tan solo, un best seller cuya estela dure poco. En todo caso, mi apuesta es para la estupenda The Sense of an Ending, de Julian Barnes, que lleva mucho tiempo mereciéndose el galardón. La publicará Anagrama en 2012, pero si no pueden esperar acudan a Amazon.
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