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Crítica:59ª edición del Festival de San Sebastián
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Madame Bovary con acento mexicano

Carlos Boyero

No recuerdo ninguna película en la extensa y muy personal obra del director mexicano Arturo Ripstein con final feliz. Pero la sensación de asfixia vital, de gente rota o en el límite, de obsesiones sin salida, de depresiones vociferantes, de aullidos sin respuesta, de sensualidad volcánica y amores no correspondidos, de humor feroz, creo que alcanza la plenitud cuando a mediados de los años 80 forma sociedad artística con la guionista Paz Alicia Garciadiego. Fruto de esa identificación entre dos retratistas del horror y la autodestrucción nacen algunas películas excelentes como Principio y fin y La reina de la noche. También otras excesivamente recargadas que parecen querer hacer virtud del masoquismo, con vocación enfermiza hacia todo lo patológico, complacidos desfiles de freaks. Hace tiempo que su cine me resultaba cansino. También previsible. Estaba un poco saturado de tanta sordidez con aliento trágico.

Ripstein describe el fracaso en carne viva con un talento que parecía oxidado
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Consecuentemente, me asomo sin muchas ganas a Las razones del corazón. Tampoco mi estado de ánimo está predispuesto en la última jornada del festival a saborear densidades existenciales en tenebrista blanco y negro. Y me asusta un poco, aunque reconozca la certeza de la frase de Pascal que encabeza los títulos de crédito: "El corazón tiene sus razones, que la razón desconoce". Pero, al poco tiempo, estoy enganchado a esa mujer cuyo estado natural es la desesperación, que intenta retener patéticamente a su huidizo amante ofreciéndole no ya ser su esclava sino regalos que no puede pagar, lanzando todos sus demonios, la frustración de su vida, sus sueños incumplidos contra una hija que solo anhela tener una madre normal y un marido tan enamorado como sufriente, resignado ante su mediocridad, que no puede ofrecerle más de lo que tiene. Reconoces en cada plano y en cada diálogo el atormentado universo de Ripstein, pero cualquier espectador que ame la literatura sabe que la historia de esta imposible ama de casa mexicana, su enloquecido encoñamiento hacia un hombre que ya no la desea, ese marido entregado, los mezquinos vecinos que la rodean, tiene mucho que ver con lo que le ocurría a una tal Emma Bovary. Ripstein solo se ocupa de la fase final de aquella desgraciada que nunca pudo, supo o quiso ponerse de acuerdo con lo que le ofrecía su rutinaria existencia. Imaginamos que existió la ilusión y un fugaz esplendor en su alma y en su piel cuando esta guapa de clase media se enrolló con el saxofonista cubano, pero aquí ya solo queda el lamento y la ruina, el odio hacia sí misma por ser como es, el reproche volcánico hacia todo lo que le rodea, la autocompasión agresiva, el deseo de dormir definitivamente para no tener que soportar un dolor que no ofrece tregua. Ripstein vuelve a demostrar un talento que parecía oxidado describiendo el fracaso en carne viva, la imposibilidad de un náufrago genético para agarrarse a ninguna tabla de salvación. Dispone de actores y actrices notables en papeles secundarios y de la intensidad, la fiebre permanente, la mezcla de caos mental y lucidez extrema, la carnalidad volcánica, que inyecta la admirable Arcelia Ramírez a su personaje. Puedo entender que algunos espectadores acaben de los nervios ante esta exhibición de la desesperación extrema que se desarrolla exclusivamente en un edificio que pretende ser claustrofóbico. A mí me crea cierta hipnosis, permanecen en la retina y en el oído imágenes y díálogos.

Hablando del arte de expresar cosas con tu rostro, tu cuerpo y tu boca, creo que no he visto un actor tan lamentable en las películas de la Sección Oficial como Mathieu Demy, hijo de los respetables Jacques Demy y Agnès Varda. Admites que escriba, produzca y dirija Americano, que esté empeñado en la autoría absoluta en esta trama de hombre acosado por traumas infantiles que tras la muerte de una madre de la que ha estado separado muchos años intenta reconstruir la personalidad de ésta para explicarse a sí mismo, para averiguar las razones de su ancestral infelicidad. El tono es desvaído y se acumulan los disparates, pero lo peor es sufrir todo el rato el atormentado careto de su protagonista. Solo puede haberle convencido gente que le odia de que el era el actor idóneo para interpretar al antihéroe de esta historia que pretende ser muy sentida y que te deja como un témpano.

Uno de los inquietantes planos de <i>Las razones del corazón,</i> la nueva película del director mexicano Arturo Ripstein.
Uno de los inquietantes planos de Las razones del corazón, la nueva película del director mexicano Arturo Ripstein.

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