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CORRIENTES Y DESAHOGOS
Columna
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El canon de Canogar

La editorial Síntesis ha compuesto un libro multiforme sobre la obra de Rafael Canogar que se presentó ayer en Madrid. El destino habría querido que las pinturas de Canogar y sus discursos en boca de tantos otros "vivieran separados". La editorial, sin embargo, ha emparejado todo. No la santísima trinidad, sino la franca diversidad, semejante a una fábrica única bajo la marca de alborotado panal.

Canogar, entre una inteligencia sentimental y una sentimentalidad fría, no parece suficientemente embaucado por este mercado tan potente como ocasional. No se quiere decir que sus obras, dentro y fuera del grupo vanguardista, no sorbieran modelos del abstraccionismo norteamericano que era por entonces, en Estados Unidos, lo más comunista que se podía llegar a ser.

Hay artistas que son buenos a pesar de la mediocridad del espectador

De hecho, Canogar, que parece de una personalidad carmelitana, encierra bajo sus hábitos media tonelada de explosivos. Dinamita pura para prestar o para pintar. De ahí, de esa dinamita, unas veces modelada para decorar y otras extendida en lienzos, se compone su quehacer.

¿Un quehacer inconfundible? Pero si no pinta huevos escalfados como Feito ni estallados tinteros de cristal al modo de Viola... ¿Cómo puede saberse que este tipo agitador se dedica a plasmar tanto rectángulo negro sobre superficie ocre, almas o ánimas a la deriva? ¿Cómo sería explicable que este tipo -interesado por el hombre- acabara mostrando una gruesa obsesión por el papel amasado a mano y como bandera de subversión material?

Realmente, lo mejor y lo peor de Canogar radica de una parte en un desafío movido por las circunstancias y de otra en un obligado alfabeto personal. Lo mejor sería continuar interesado en todo aquello que hace dentro de la translúcida capilla de su nuevo estudio, muy Canogar. ¿Y lo peor de todo ello? Que venga Paco Calvo y lo vea.

Los compradores esperan sentados cargados de yuanes para ver qué dice con autoridad en el prodigio de tanto vaivén. Por ejemplo, en este tiempo en que suele aplaudirse la invención del pintor -por el físico, el matemático, el químico, el arquitecto o el decorador- la pintura vuela a su ritmo como un pájaro de gran envergadura.

Canogar produce así su última obra a través de kilos de óleo que arrastra sobre el lienzo plano y albo. El metacrilato, el pelo de elefante, el neón, las cagarrutas de las ratas, los espejos rotos, las cuerdas o la mierda de elefante triunfaron desde la Royal Academy a la Tate Modern y desde la Tate Modern al Brooklyn Museum.

No le han faltado reconocimientos a Canogar, pero todavía no se sabe en esencia histórica el porqué. En realidad hay pintores o, en general, artistas que son buenos a pesar de la mediocridad del espectador, el político y el jurado calificador. Dudo de que Canogar se sienta bien con tantas exposiciones y premios de conveniencias a lo largo de su vida. Arco recalcó su nombre por razón de ser el mejor artista vivo, y la obra del pintor, desde 1954, apuntala esta distinción. Nadie lo duda.Pintar es relativamente fácil porque en cada color hay un brillante párrafo para impresionar. Hacerlo bonito es algo más enrevesado, pero importa poco ante la potencia de la sinceridad.

Pasar de una pintura relativamente buena a una pintura que posea clamor es lo mismo que, en las peluquerías, lograr de una cara naturalmente proporcionada los efectos de una princesa con glamour. En todos los cuidados que la clienta demanda al maestro ante el evento de las bodas, el peluquero se siente un rastro de Rodin o Delacroix.

Muchos pintores, incalculables pintores de galerías eximias, son peluqueros. Pero a su lado, Canogar alza el sello de la verdad frente a la dureza del espejo y las peluquerías; todas las galerías se diputan este genio sin copia.

Canogar nunca es el mismo ni en los comercios ni en las bodas de Caná. ¿Ha llegado Canogar? Que el mundo de la estética se estremezca. Un paso más allá y llega El Paso de los siete magníficos de El Paso, una marcha de chulos hacia el ejercicio de la libertad. En la cocina, en el dormitorio, e incluso en el lugar donde trabajaba el pintor, esa marcha suena y nunca la ha dejado de escuchar.

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