El dinero inútil
El director del aeropuerto sin aviones de Castellón cobra 84.000 euros al año, que es una cantidad que está más que justificada para unas instalaciones donde este hombre ha logrado que no se haya producido todavía ni un solo retraso en los vuelos ni una sola cola en los embarques. Desconozco los emolumentos del director de la biblioteca sin libros de Villareal, pero deberían ser importantes. He leído que funciona a la perfección: todo el mundo ha devuelto en su plazo el libro que no pudo llevarse. La línea del AVE directo entre Toledo-Cuenca-Albacete está impoluta. La demanda del servicio era de nueve viajeros al día cuando la previsión era de 3.000, lo que provocó que se suspendiera este pasado mes de junio. No consta, en lugar alguno, que se hiciera lo propio con el que realizó el estudio sobre la demanda de viajeros -suspenderlo-, pero la nómina del director de Renfe debería incrementarse por tomar la decisión de cerrar este servicio de viajeros sin viajeros.
Las ciudades se nos han llenado de demasiados edificios e instalaciones de futuro que ahora no tienen presente. El alcalde de Málaga, Francisco de la Torre, lo definió el otro día con una frase memorable: "Edificios terminados con capacidad de ser útiles a la ciudad". Sus palabras venían a cuento de la remodelación del edificio de la antigua Tabacalera en Málaga, un inmueble donde el Ayuntamiento ha invertido 30 millones de euros en su rehabilitación para destinarlo a un museo dedicado a gemas y piedras preciosas. Después de restaurar el edificio y de pagar cinco millones de euros de canon para su puesta en funcionamiento, en su interior no hay nada y las únicas piedras que existen son las que sustentan el edificio.
Empezamos a disponer en toda la geografía española de bastantes instalaciones terminadas con capacidad de ser útil, pero que, de momento, son completamente inútiles. Son los monumentos a una época gloriosa donde cualquier virrey de provincia se levantaba una mañana prometiendo un puente imposible sobre una bahía, un parque temático cuyo tema era la nada o un circuito de carreras sin carreras. Lo hacía disparando con pólvora ajena, la de unos presupuestos públicos forrados con licencias de obras urbanísticas y ayudas europeas.
La crisis económica, además de paro, miedo y un abismo, nos ha dejado muchos edificios prescindibles que se han tragado millones de euros que ahora son imprescindibles. Sin embargo, lo más censurable de todo ha sido la forma de gestionar ese dinero público. Cada vez que escucho a un político justificar en la situación de crisis una medida de ahorro sobre un disparate anterior, me dan ganas de llorar. Esa declaración lleva implícita un mensaje desalentador: el dinero público valía menos y apenas importaba cuando había mucho, pero, ahora que no hay, una buena gestión vuelve a ser necesaria y el dinero público sí que importa.
Por eso, la decisión de la Junta de Andalucía de retrasar el estreno del primer tramo del metro de Málaga alegando que tendría menos de 2.000 viajeros al día y un déficit de un millón de euros al mes me parece afortunada. La lástima es que habiendo transitado cuatro consejeros de Obras Públicas y dos presidentes de la Junta por el recorrido constructivo del suburbano ninguno se hubiera dado cuenta antes. Los tramos del metro que se iban a abrir eran dos ejemplos de movilidad y servicio público. Uno de ellos, con 3,8 kilómetros y seis paradas, tenía como punto de partida y destino, prácticamente, la misma barriada. El otro, de tres kilómetros, iba a estar operativo para ir, más o menos, de la Universidad hasta la Universidad. Por eso me preocupa que las razones para tomar esta decisión haya sido la coyuntura económica. ¿Eso quiere decir que hubieran tirado 12 millones de euros en un año para abrir un metro sin pasajeros en la época en la que el dinero público importaba tan poco?
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