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Columna
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Entre CiU y PP anda el juego

Josep Ramoneda

Como era previsible, el debate sobre la inmersión lingüística ha presidido la Diada de este año. A falta de convicción necesaria para dar pasos más decididos hacia adelante, la sociedad catalana siempre se ha sentido cómoda en el ejercicio de mostrar la indignación frente a los ataques exteriores -aquellos que vienen de las instituciones españolas- especialmente en aquellos temas que permiten exhibir un amplio consenso. La inmersión lingüística es un éxito ampliamente reconocido. Hay que defender efectivamente la inmersión lingüística por el catalán y por la cohesión de la sociedad, dos condiciones básicas para que la transición nacional que según el presidente Artur Mas "se está haciendo" conduzca a alguna parte. Y hay que defenderla de fuera, pero también en las políticas propias, no ocurriera que los recortes que están ya llegando a la educación hicieran en este terreno tanto daño como el enemigo exterior.

En Madrid, no creen que CiU esté dispuesta a saltar las líneas rojas, porque piensan que la ciudadanía catalana no lo está

Cataluña tiene un sistema político a cinco o seis partidos, claramente distinto del bipartidismo imperfecto español, que potencialmente ofrece mayor vivacidad democrática. Las posibilidades de elección son mayores y, por tanto, las de participación también. Pero este sistema, en este momento, está averiado por la crisis de la izquierda, después del frustrante paso por la experiencia de Gobierno tripartito. Hay en la política catalana dos partidos al alza y tres a la deriva. Es obvio que CiU, que resistió sin averías internas la difícil experiencia de vivir sin el poder, su lugar natural, tiene un amplio dominio de la escena política. No solo por el poder acumulado en las dos últimas elecciones (autonómicas y municipales) sino porque, aun sin mayoría absoluta, tiene la iniciativa ante una oposición en estado comatoso. El otro partido crecido es el PP. No tanto por los resultados obtenidos en Cataluña, que siguen siendo muy modestos para un partido que va camino de una mayoría absoluta en España, sino por la curva ascendente de la derecha en la política española, a punto de hacerse con el monopolio del poder político.

Decía días atrás Duran Lleida que el PSC grita tanto en Cataluña que no le queda voz para hacerse oír en España. Debe tener el oído muy fino, el líder de Unió, porque yo francamente hace tiempo que no oigo la voz del PSC en ninguna parte. Es un partido a la deriva: sin discurso, sin una nueva dirección después de la derrota, que a fuerza de querer contentar a todo el mundo ha conseguido que nadie sepa dónde está. Le queda todavía la oportunidad de otra dolorosa experiencia electoral, la del 20-N, para que se dé cuenta de que su futuro está en juego y se imponga un Congreso de refundación. Esquerra Republicana vive uno más de tantos episodios cainitas de la familia independentista, del que es imposible prever la salida, por lo menos mientras no supere el complejo que arrastra con Convergència i Unió. Iniciativa per Catalunya, encerrada en su nicho, no se da cuenta de que el espacio se va achicando y que un día puede morir de asfixia. No basta repetir los tópicos de siempre para hacer una política con aspiraciones.

Con este panorama, la política catalana -como la Diada confirma- ha quedado reducida a un juego entre CiU y PP. Ellos pactan, ellos se pelean. Se amenazan y se intimidan pero en el ambiente está la convicción de que no llegará la sangre al río. Alicia Sánchez-Camacho se puede permitir chulear a CiU con la cuestión de la lengua porque sabe que la ley de los dineros juega a su favor. Y el PP se atreve incluso con la Diada, a través de este ariete de la ignominia que han encontrado en Badalona, porque sabe que todo quedará en tormenta teatral. La alianza entre CiU y el PP tiene sólidas bases porque hay concordancia en las políticas económicas que seguir y porque el PP tendrá pronto el poder en Madrid y esto para la gente de seny cuenta mucho. De modo que la transición nacional en estos momentos es más bien un impasse. Por lo menos a la espera del 20-N. Y de que se concrete qué es lo que significa el pacto fiscal y hasta qué punto hay disposición de dar la batalla. En Madrid, no se creen que Convergència esté dispuesta a saltar las líneas rojas, simplemente porque creen que la ciudadanía catalana no lo está. Y si algo sabe CiU es no ir nunca más deprisa que el electorado. Con la izquierda desorientada y con el independentismo dividido, nadie aprieta.

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