El verbo hecho deseo
El lecho es confortable y amplio. Muy amplio. La pareja medio desnuda que retoza entre las sábanas es explosiva. Peligrosamente explosiva. El calor estival que se cuela por un balcón de la estancia abierto a media tarde comienza a ser sofocante. Extremadamente sofocante. La escena transcurre en la segunda planta de un casoplón en la exclusiva calle de Jorge Juan. Una suerte de milla de oro madrileña por cuyas aceras pululan potentados viandantes que ignoran lo que se cuece aquí arriba. A fuego lento, Miguel Ángel Silvestre y Verónica Echegui despliegan sus irresistibles encantos ante un reducido grupo de espectadores.
"Óyeme, niño... Cuéntame un cuento". Ella susurra con ardor, apenas tapada con lencería fina. Él se desabrocha la camisa con recato. Noche y día. Silvestre y Echegui. Opuestos y complementarios. Introspección, suspicacia y timidez masculinas frente a pasión, seguridad y desparpajo exuberantes de feminidad. Antagonismos que ocultan conexiones más sutiles. Un abismo acelerador del morbo de verles enredados a los pies de una cama para la sesión de fotos que ilustra estas páginas. Porque si de algo pecan sin proponérselo estas dos criaturas deseadas por medio mundo es de representar el morbo hecho carne. Estamos ante los dos actores españoles del momento. Solicitados por cineastas de gustos tan variados como José Luis Cuerda e Iciar Bollain, pasando por Bigas Luna (insigne descubridor de Echegui que vislumbró su potencial como musa de la periferia en Yo soy la Juani), Mariano Barroso o Eduard Cortés. El primero en juntarlos para la gran pantalla ha sido Eduardo Chapero-Jackson, celebrado cortometrajista que ahora presenta en el Festival de San Sebastián su ópera prima de largo recorrido: Verbo. Una fábula contra la fealdad imperante en estos tiempos confusos capaces de abonar el terreno para la proliferación de monumentos al mal gusto urbanístico y habitacional como la Seseña de El Pocero. Silvestre y Echegui encarnan en Verbo a dos superhéroes con poderes terrenales que escoltan a la debutante protagonista Alba García durante su odisea en busca del esquivo sentido de la vida.
"Estoy tan cabreada como los que abarrotaron Sol"
"El papel de El Duque me trajo cosas muy positivas. Pero es una lotería"
"Hay que dejar de ser esclavo de los personajes"
"Si me dedicaba a ser yo misma, los demás no iban a quererme"
Juntos inician una huida de la zafiedad cotidiana embarcándose en una aventura que ha costado dos millones de euros y nació, según su director, "tomando como detonante para la reflexión la acumulación de vacíos epidémicos, la fealdad latente y la educación que actualmente se recibe en las aulas al margen de los conocimientos de inteligencia emocional". El resultado es una cinta con tintes líricos envueltos en una arriesgada apuesta visual que por momentos entronca de manera involuntaria -se rodó en otoño de 2009- con las llamadas a cambiar lo que no nos gusta escuchadas ahora en las protestas del Movimiento 15-M.
Precisamente entre los miles de ciudadanos que alentaron la marea de indignación durante los días más intensos de asambleas y concentraciones en la madrileña Puerta del Sol -donde el 15-M mantuvo un puesto informativo hasta el atropellado desalojo policial de principios de agosto que encendió la mecha de nuevas protestas- se encontraba el mismísimo Silvestre. Curioseando entre carteles y panfletos, el actor se sorprendió al encontrar consignas y mensajes calcados a los que él mismo proclama en la película de Chapero-Jackson. Silvestre reconoce haber seguido con interés el devenir de este movimiento social, al que considera "hermoso y vinculado a la no-violencia, pero a la vez inspirador del despertar y del derecho a alzar la voz". Su onda expansiva también viajó a miles de kilómetros de distancia para llegar a través de Internet hasta Nepal, donde Echegui se encontraba rodando Canción de Katmandú a las órdenes de Iciar Bollain. "Yo estaba tan cabreada como los que abarrotaron la Puerta del Sol", recuerda hoy la actriz. "Así que algunos del equipo de la peli pintamos un cartel con el lema Indignados desde Katmandú y lo lanzamos a las redes sociales. Desde allí reflexioné mucho sobre lo que estaba pasando en España. No va a quedar otra que dejar de pensar tanto en derechas e izquierdas y empezar a debatir en torno a la idea de comunidad".
El seguimiento de las proclamas de los indignados, la sensualidad que irradian sus cuerpazos de proporciones canónicas, la proximidad a la treintena -él nació en 1982, y ella, en 1983- y las recientes apariciones públicas de ambos en cariñosa compañía de bellos colegas de oficio -Silvestre, con Blanca Suárez, novísima chica Almodóvar en La piel que habito, y Echegui, junto al protagonista de la serie Tierra de lobos, Álex García- no son sus únicos puntos de conexión. De hecho hay un suceso que encuadra estas personalidades tan dispares en un mismo punto de partida. Los dos fueron catapultados al éxito mediante un papel iniciático al despertar de sus carreras que a punto estuvo de devorarlos.
El Duque y La Juani forman parte ya del imaginario patrio como máximos exponentes del héroe y la heroína de barrio contemporáneos. Un narcotraficante carismático, al que siguieron de media unos cuatro millones de espectadores en el serial de Telecinco Sin tetas no hay paraíso, versus la choni valiente encumbrada por Bigas Luna en estandarte del glamour de extrarradio en Yo soy la Juani, a la que vieron casi medio millón de personas en la gran pantalla. Con ellos llegó la pompa. La presión mediática. La portada de las revistas. La adulación y la hipérbole. "La nueva Pe", llegaron a decir de ella. "El bombón del siglo XXI", repetían sobre él. Y él, Miguel Ángel Silvestre, jamás había podido imaginar, cuando patinaba sobre su skate por Castellón durante la adolescencia y soñaba con ser algún día jugador de tenis profesional, que años después, frente al pelotón de fans apostados tras las vallas del Festival de Cine de Málaga, llegaría a necesitar ocho guardaespaldas para moverse con soltura.
Lo de interpretar vidas ajenas nunca estuvo en los planes del niño Silvestre. Las lesiones fulminaron sus ambiciones tenísticas. KO en su primer asalto al destino. Probó a cursar estudios de fisioterapia, la profesión de su padre. Pero tampoco. Fue su padre quien le rogó que se centrara un poquito cuando conoció los sueños de comediante que el muchacho comenzaba a albergar al calor de una función que su tía, Ana Silvestre, preparaba en Benicàssim. Pero ya no había vuelta atrás. Coqueteó también con la moda, un pasado que el actor prefiere olvidar y le granjeó el título de Míster Castellón en 2002. A golpe de pequeños papeles se fue posicionando como inesperado candidato a un personaje que cambiaría su vida.
Fue en enero de 2008, fecha de nacimiento de El Duque. Un bombazo por entregas que le convirtió en el hombre más deseado de España. El rol de macho alfa del personaje desdibujó peligrosamente al verdadero Silvestre. Un año más tarde llegó el apagón en la parrilla televisiva del brillo de aquel narco violento y sentimental. Pero él arrastraba las secuelas de una popularidad que había acabado por desorientarle. Desconfiaba de todo y de todos. El éxito le había doblado la mano. Escapó de El Duque en una huida en busca de sí mismo. Un año viajando por el mundo con una tabla de surf. Hubo recuperación. Regresó en 2010 con tres películas y una piel más curtida que hoy trata de defender a capa y espada. A base de fomentar una privacidad inexpugnable y nuevos papeles escogidos minuciosamente con ayuda de su agente, una especie de segunda madre, Beatriz Castro. A pesar de todo, Silvestre aún parece pendiente de hacer las paces consigo mismo.
-¿Ha logrado borrar definitivamente la estela de El Duque y recuperar la confianza en sí mismo y en los demás?
Va por rachas. Estoy en camino. Hay momentos en los que tengo más confianza y otros en los que me siento más vulnerable. Ese papel me trajo cosas muy positivas. Pero es una lotería. A veces hay algo en un personaje con lo que la gente empatiza y no está directamente relacionado contigo. Me gusta dejarme llevar por el instinto. Actúas para el público, pero no puedes torturarte. Hay que dejar de ser esclavo de los personajes que interpretas. He descubierto que cuanta más normalidad llevo en mi vida, menos me canso. No quiero perderme esta profesión. Algunas cosas que conlleva te pillan de repente, se necesita tiempo para asimilarlas.
El actor conversa relajadamente al otro lado del teléfono días después de un primer encuentro atropellado, tras el cual salió corriendo hacia una cena. Mientras esperaba un taxi mostró interés sobre la esquiva personalidad del torero José Tomás al hilo de su reciente vuelta a los ruedos. "Pero entonces, ¿José Tomás no quiere hablar sobre sí mismo? ¡Qué interesante! Me gustaría que me contases más cosas sobre él", dijo. El parlamento de Silvestre llegó finalmente desde Vilagarcía de Arousa, viejo spot gallego de las rutas del narcotráfico, donde preparaba sobre el terreno su personaje de Brinco para la próxima adaptación cinematográfica de José Luis Cuerda sobre la novela de Manuel Rivas Todo es silencio (Alfaguara).
A Silvestre lo hemos visto, entre otros registros, en el pellejo de un narco, de un púgil y del patrón del Alakrana, el atunero vasco cuyos 36 tripulantes fueron secuestrados por somalíes en 2009 durante 47 días. Papeles de tipo duro acordes con su físico rotundo. Pero está convencido de que es ahora cuando vamos a conocer su versatilidad. Si en Verbo ejerce de poeta urbano e inspirador del cambio social, en The Pelayos, dirigida por Eduard Cortés y coprotagonizada por Lluís Homar, Daniel Brühl, Marina Salas y Blanca Suárez, da rienda suelta a su vis cómica como integrante del asombroso clan de Los Pelayo, afamados expertos en hacer saltar la banca de los casinos del mundo. También comparte cartel próximamente con Leonor Watling en Lo mejor de Eva, el nuevo thriller erótico de Mariano Barroso. Y a pesar de todos estos nuevos campos explorados con los que aspira a consolidar su carrera, no deja de sorprender su manifiesta obsesión por controlar la imagen que proyecta fuera de los rodajes, por seguir desterrando reminiscencias de su pasado reciente como icono sexual amamantado en las fauces televisivas.
Las bambalinas de esta sesión de fotos reflejaron esas dudas y titubeos estéticos. "Esta cara que pongo... ¿No será demasiado de fucker?", llegó a preguntarse Silvestre. Su entorno no cesa de repetir que además es un gran tímido. Un tímido con aura salvaje, brazos hercúleos y un atractivo sobre el que cuesta imaginar que puedan albergarse inseguridades. A su lado, Verónica Echegui se dejaba llevar mientras tanto ante la cámara con una ausencia de pudor aplastante. Los dos han arrastrado secuelas de esos papeles que a punto estuvieron de encasillarles para siempre. Pero, a tenor de lo visto, ella hace mucho que parece recuperada de la resaca de su éxito primerizo.
La redención cinematográfica de Verónica Echegui tras La Juani vino de la mano de una turbadora yonqui llamada Isa. Esta atracadora reincidente se convirtió en uno de los platos fuertes del filme El patio de mi cárcel, dirigido por Belén Macías e inspirado en la aventura del grupo de teatro Yeses que gestaron un grupo de presas y fundó la funcionaria Elena Cánovas en los ochenta. "Con ese papel empecé a darme cuenta de qué iba esto de la interpretación. Aprendí mucho sobre cómo componer un personaje. Y a descubrir mis límites, pero también lugares a los que nunca pensé que podía llegar".
Echegui desgrana su dicharachero verbo y mirada felina de ojos negros durante una calurosa tarde de verano en una cafetería cercana a la zona madrileña de Nuevos Ministerios. A un paseo de aquella casa de sus padres con suelos de mosaico donde empezó todo. La historia de Verónica es la de una niña feliz, la mayor de tres hermanos de familia corriente, que tuvo su primer choque con la realidad a los seis años, cuando una monja del colegio le pegó y la arrastró del pelo hacia el pasillo. "Ahí entendí que si me dedicaba a ser yo misma, los demás no iban a quererme. Entré en crisis. En el siguiente colegio, también de monjas, hice tanto esfuerzo por ser como los demás, por no destacar, que ahí comenzó un camino que más adelante tuve que defender".
Por eso piensa Echegui que la película Verbo, donde ahora aparece junto a Silvestre, cuenta una historia que a ella le hubiera gustado conocer cuando enfilaba las incertidumbres de la adolescencia. "Fue entonces cuando comencé a darme cuenta de cómo funcionan las cosas. ¿Por qué no podemos crear cada uno de nosotros nuestra propia realidad? ¿Por qué, por ejemplo, han de ser tan feas las ciudades, construidas por máquinas al margen de nuestros sueños?".
La niña Echegui dejó claro en casa muy pronto que lo de ser actriz sería lo suyo. Fue una muchacha tímida que a los 16 se animó a asistir a clases de improvisación. El salto a la Real Escuela Superior de Arte Dramático no tardó. Y de ahí al casting de 3.000 jóvenes que aspiraban a protagonista de un filme de Bigas Luna. Ella ganó por goleada presentándose vestida de la mismísima Juani e inventándose que ella era una Juani de verdad. El resto es el relato de una carrera interpretativa consolidada con pulso firme y un rostro cautivador de belleza narcotizante, una especie de Natalie Portman española.
Echegui recuerda de hecho en ciertos pasajes de Verbo a la Portman que aparecía en las secuelas de La guerra de las galaxias. Además de esta actuación en la nueva cinta de Chapero-Jackson, Echegui tiene pendiente el estreno de Seis puntos sobre Emma, de Roberto Pérez Toledo, y acaba de terminar el rodaje junto a Iciar Bollain en Katmandú. Pero lo más inminente para ella es matricularse en Antropología por la UNED y recuperar sus clases de violín, aquellas que comenzó a cursar en Londres durante una etapa de reciclaje vital para perfeccionar su inglés y trabajar como camarera en un bar llamado Macondo al norte de la capital británica. "Ahí sí que sentí amor; me enamoré del instrumento".
Los dos escaparon en un momento de sus vidas para volver a encontrarse con ellos mismos. El shock pos-La Juani fue más llevadero para Echegui que el impacto pos-El Duque para Silvestre. "Si no hubiese trabajado en la peli de Bigas, tampoco lo habría hecho en las que vinieron después", recuerda hoy la actriz. "Hoy puedo sentarme por ahí en cualquier terraza y estar a mi aire. Además, si uno no vive, no tiene nada que contar".
Silvestre y Echegui o la atracción de los polos opuestos. Si ella anhela melodías de Stradivarius, a él le habría gustado poder tocar el saxo alto con el virtuosismo libre del maldito Charlie Parker. Si él encuentra la paz, su verdadera libertad, lejos de promociones y flases, en el mar (junto a su tabla de surf y cuatro amigos con los que perseguir buenas olas), el paraíso de Echegui es de interior: en la Sierra de Madrid, allí está su casa. Los dos parecen haber encontrado su sitio. Ella querría hacer más teatro, más cine... "Dirigir, ¿por qué no? Pero interpretando siempre". Él titubea antes de decir si la actuación será o no el camino. "Hoy por hoy te diría que sí... Pero saberlo es cuestión de tiempo". Silvestre y Echegui. Tan cerca, tan lejos. Tan morbosamente carnosos en este lecho transformado en diván de incertidumbres, esperanzas y miedos.
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