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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Un divorcio peligroso

Israel y Turquía deben dar un paso atrás para recomponer sus maltrechas relaciones

Más que de bálsamo para las deterioradas relaciones entre Turquía e Israel, el reciente informe de la ONU sobre los incidentes de la flotilla que el año pasado intentó romper el bloqueo de Gaza ha servido para acentuar la intransigencia de los dos antiguos aliados. El primer ministro Erdogan, que la semana pasada expulsó al embajador israelí, anunciaba ayer la congelación del comercio militar y un inquietante incremento de la presencia naval turca en el Mediterráneo oriental. El líder turco ha sugerido que visitará Gaza este mes, con ocasión de un viaje a Egipto.

El divorcio entre Turquía e Israel, hasta muy recientemente estrechos socios militares, y pivotes ambos de la política de EE UU en Oriente Próximo, hunde sus raíces más allá del controvertido informe, aparcado mientras Ankara y Tel Aviv negociaban un final diplomático aceptable del asalto naval en el que perdieron la vida nueve turcos. La ONU afirma que Israel se excedió en el uso de la fuerza contra los activistas del Mavi Marmara, aunque sostiene la más que discutible opinión de que el Estado judío tiene derecho al bloqueo de Gaza. Pero el dossier Palmer no habría desencadenado tal crisis si sus destinatarios no fueran dos políticos tan mercuriales como Netanyahu y Erdogan. Y tampoco si sus respectivas agendas no tuviesen una dirección tan aparentemente inflexible.

Al empecinarse en no pedir perdón a Turquía, pese a las explícitas presiones estadounidenses, el obcecado Netanyahu opta, una vez más, por la miopía. Israel, cuyo aislamiento crece imparable, no tiene tantos amigos como para permitirse perder definitivamente uno de la envergadura de Turquía. Ankara, pese a lo impresentable de algunas de sus políticas hacia tiranías vecinas, se ha convertido en interlocutor respetado e indispensable frente a un mundo árabe que pierde rápidamente su perfil dictatorial.

Erdogan, por su parte, con su destemplada y radical descalificación del informe de la ONU, parece dispuesto a poner la política exterior turca al servicio de la calle. Su actitud crecientemente antiisraelí le proporciona a la vez importantes réditos electorales internos y el aplauso árabe.

Mientras aún es tiempo, Israel y Turquía deben dar un paso atrás. Su ruptura representa un retroceso para la causa de la paz y la libertad en una región crucial donde Irán pugna infatigable por convertirse en árbitro.

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