Turquía amenaza con romper con Israel
Ankara expulsa al embajador israelí tras el informe de la ONU sobre la flotilla de Gaza
Israel está perdiendo aliados vitales en Oriente Próximo. Tras la crisis en las relaciones con Egipto, ahora es Turquía quien amenaza con una ruptura total. El Gobierno de Ankara expulsó ayer al embajador israelí y suspendió los acuerdos bilaterales de cooperación militar, con la advertencia de que esas medidas constituían "solo un primer paso". La publicación del informe de la ONU sobre el asalto a la Flotilla de la Paz, en el que se consideraban legítimos tanto el bloqueo sobre Gaza como la operación militar, provocó la ira turca y culminó un largo proceso de desavenencias.
El informe de la ONU, dirigido por el ex primer ministro neozelandés Geoffrey Palmer y el expresidente colombiano Álvaro Uribe, fue inicialmente copatrocinado por Israel y Turquía. Ambos países enviaron delegados a la comisión investigadora. El objetivo consistía en propiciar una reconciliación o, al menos, mejorar las relaciones turco-israelíes, deterioradas desde la guerra de Gaza y muy dañadas por el violento asalto a la nave turca Mavi Marmara el 31 de mayo de 2010.
El Gobierno de Erdogan suspende la cooperación militar bilateral
El resultado no fue la reconciliación, sino lo contrario. En cuanto se supo que el informe respaldaba en lo esencial la actuación de Israel, aunque se criticara la violencia de sus soldados, Turquía montó en cólera.
El llamado Informe Palmer reconoce que Israel "se enfrenta a una amenaza real por parte de los grupos de milicianos en Gaza". Y añade: "El bloqueo naval fue impuesto como una legítima medida de seguridad para prevenir la entrada de armas en Gaza por vía marítima, y su aplicación
[con la intercepción armada del Mavi Marmara y el resto de naves de la flotilla] cumplió los requisitos de la legislación internacional".
Luego se critican tanto el "inaceptable" abuso de fuerza por parte de los soldados, que mataron a nueve activistas turcos, como "la significativa, organizada y violenta resistencia por parte de un grupo de pasajeros", y se ponen en cuestión "la conducta, la auténtica naturaleza y los objetivos de los organizadores de la flotilla, en particular de [la organización islamista turca] IHH".
El Gobierno de Ankara conoció hace tiempo el contenido del Informe Palmer, lo cual explica el crescendo de sus amenazas a Israel y su exigencia de disculpas públicas: en realidad, estaba preparando con alardes nacionalistas a su ciudadanía para el bofetón diplomático del informe. El presidente turco, Abdulá Gul, proclamó ayer que el informe no existía para su país. El ministro de Asuntos Exteriores, Ahmed Davutoglu, declaró que Turquía no reconocía como legítimo el bloqueo sobre Gaza y anunció que llevaría el asunto a la Corte Internacional de Justicia. "Tomaremos las medidas necesarias para asegurar la libertad de navegación en el Mediterráneo oriental", dijo.
Hamás, la organización islamista armada que gobierna Gaza, saludó las represalias diplomáticas turcas como "la respuesta natural al crimen cometido por Israel".
El Gobierno turco, islamista pero pragmático, utilizó la flotilla como un instrumento más dentro de una campaña populista contra Israel. La Operación Plomo Fundido contra Gaza, en la que murieron unos 1.500 palestinos, indignó a la opinión pública de los países musulmanes y el primer ministro turco, Tayyip Erdogan, reaccionó de forma inmediata y espectacular: el 29 de enero de 2010, solo 10 días después de que entrara en vigor un precario alto el fuego en Gaza, insultó en el Foro de Davos al presidente israelí Simón Peres y le dejó plantado. Esa fue la gran escena inicial de una crisis que en ese momento tenía más pompa que sustancia, ya que la cooperación militar y estratégica entre ambos países se mantuvo inalterada.
Pero la flotilla, pensada para causar problemas a Israel, acabó causándoselos a Turquía. Erdogan tenía nueve conciudadanos muertos. Necesitaba salvar la cara. El Gobierno israelí, sin embargo, optó por la arrogancia y castigó al embajador turco con una tremenda reprimenda.
Las relaciones habrían podido salvarse (Turquía trabajó para impedir que este año una nueva flotilla pusiera rumbo a Gaza) en el contexto de Oriente Próximo, rebosante de hipocresía y mentiras. Ahora es impredecible. Pero una cosa es segura: la crisis daña tanto a Turquía como a Israel. A Turquía, porque ha adquirido su relevancia diplomática a base de mantener relaciones con todos sus vecinos, desde Irán a Israel. A Israel, porque no puede permitirse el lujo de quedarse aún más solo justo cuando la ONU se apresta a reconocer el Estado palestino.
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