Los hidroaviones de Formentera
¿Saben que hay una pluma de halcón en la luna? ¡Es cierto! El 3 de agosto de 1971 el comandante de la misión Apolo 15 David R. Scott la dejó caer sobre la polvorienta y supongo que estupefacta superficie de nuestro satélite al mismo tiempo que un martillo. Lo hizo para probar que Galileo tenía razón y que en condiciones de prácticamente vacío dos objetos llegan al suelo a la vez independientemente no solo de su masa sino de su forma. Realizado con éxito el experimento, el astronauta no recogió la pluma, así que sigue ahí, suscitando bellísimas metáforas, para emoción de todos los que amamos la poesía, las aves y el espacio. Y también, imagino, para desconcierto de los cosmonautas que en un futuro lejano puedan encontrarla sin tener ni idea de cómo llegó hasta la luna una pluma de pájaro.
Los aeroplanos amerizaban en la base del Estany Pudent para reaprovisionarse de combustible y municiones
Una sorpresa similar he tenido este verano que se nos acaba al enterarme de que en Formentera había una base militar de hidroaviones. En los más de veinte años que llevo veraneando en la isla jamás había oído hablar del asunto, ¡con lo que me gustan a mí los aeroplanos! La base estaba en el Estany Pudent. Los aparatos despegaban y amerizaban en la laguna y en ella encontraban refugio de los avatares meteorológicos y del enemigo, a la vez que los reaprovisionaban de combustible y municiones. Mira que he pasado veces por al lado para ir a las playas de Illetes y de Llevant y hasta le he dado vueltas completas a esa superficie de agua maloliente para tratar de observar entre juncos y salicornia al zampullín cuellinegro o a los emblemáticos flamencos (infructuosamente).
Encontré la escueta mención a la base de hidroaviones en una guía de la isla. Y fui a recabar información a la oficina turística del puerto de la Savina pensando que, entre tanto italiano buscando acomodo y marcha, se me sacarían de encima por raro, como me suele pasar. Me llevé una sorpresa. "¿La base de hidroaviones?, claro, estaba aquí", señaló sin dudarlo en mi plano con un bolígrafo la atractiva joven que me atendió, transformando mi vulgar folleto en el mapa del tesoro de Flint o en uno de esos asombrados planisferios que los antiguos cartógrafos iluminaban con su "aquí hay dragones". El entusiasmo no me impidió expresarle a la joven, Carme, mi extrañeza por el hecho de que supiera de qué diablos le hablaba. Resultó que su padre, Vicente Tur Portas, había servido en la base. Me explicó, mientras los italianos se agolpaban detrás de mí en una impaciente zarabanda punteada de gritos de "¡che cazzo!" y "¡porca troia!", que hubo un accidente en el almacén de explosivos y que su padre le contó cómo los soldados ardiendo se lanzaban al agua de la laguna para apagar las llamas que les atormentaban. "Con esas graves quemaduras, echarte al Estany Pudent, de aguas de tanta salinidad, imagínate el dolor". Me marché sobrecogido -no sin antes pedirle el número de móvil a Carme-, pero decidido a saber más sobre la base de hidroplanos, aunque perdiera días de bronce y volley playa.
Conduje hasta la laguna sorteando adolescentes italianos en motorino, y aparqué donde marcaba la X de mi mapa. Bajo el sol achicharrante del mediodía de agosto traté de orientarme. Ni con toda mi imaginación, que es mucha, pude visualizar una base aérea. Tampoco al zampullín cuellinegro, ya que estábamos. Regresé a casa ávido de hidroaviones. Los hidroaviones me chiflan. Sea uniendo islas en Polinesia, llevando correo a los parajes más salvajes de Alaska o participando en audaces misiones de guerra, constituyen un gran símbolo de la aventura. "A shower of spray and we'are away!", gritaba al despegar en su anfibio Grumman Widgeon el gran Fred Ladd, de Auckland. Espuma, velocidad, aire, cielo, libertad... La saga de los hidroaviones incluye el pionero Canard Voisin y el "hidroaeroplano" con el que Curtiss inició la aviación naval en EE UU hace justamente un siglo; el Latécoère 28 que llevó a Jean Mermoz de Dakar a Brasil, y los majestuosos Consolidated PBY Catalina, por no hablar del Macchi M-18 de mi abuelo. Otros de nuestros héroes son Adrian Marks que, contraviniendo todas las normas de seguridad, amerizó entre enormes olas en el mar de las Filipinas para rescatar de los tiburones a ¡56! supervivientes del torpedeado USS Indianapolis, subiéndolos hasta en los flotadores de su Catalina. Y Gottfried von Banfield, el águila de Trieste, as de caza en hidroavión (!) en la I Guerra Mundial (al piloto austriaco, que volaba los aparatos Lohner, cuesta no bautizarlo a lo Von Richthofen como el Barón Húmedo).
Cual no sería mi sorpresa al encontrar en la librería Tur Ferrer de San Francesc el estupendo DVD Formentera: base d'hidroavions, con guión y dirección de Josep Lluís Mir, que recoge toda la información sobre la base, con testimonios de numerosas personas que sirvieron en ella. Funcionó desde 1936 hasta su desmantelamiento en 1953. La crearon los franquistas como base avanzada dependiente de Pollensa e inicialmente estaba dotada con un par de Dorniers Wal (Ballena) y una estación de radio servida por operadores alemanes. Pronto se añadieron otros aparatos, incluidos Heinkel He 59 Zapatones de la Legión Cóndor. ¡Dios mío, la Legión Cóndor en Formentera y yo sin saberlo, y en bermudas!
Los hidroaviones realizaban misiones de reconocimiento, ataque y bombardeo ligero desde la base. Según un testimonio aún hay bombas sin explotar en el Estany Pudent -al zampullín lo va a buscar su tía-. En marzo del 39 un aparato llegó lleno de agujeros tras ser ametrallado por un caza republicano y amerizó con un aviador herido frente a Sa Sequi, que era el Hogar del Soldado. En 1940, capotó un hidroplano Arado y se mató uno de sus tripulantes, el alférez Luis Lerdo (sic). En la II Guerra Mundial, la actividad aérea bélica desbordó con mucho la base. Un Junkers Ju 88 cayó en el actual chiringuito Es Ministre, en Illetes, otro frente al faro de la Mola y un Halifax británico aterrizó de emergencia en un campo cerca de Escaló. Qué sensación más extraña da enterarte de que en tu paraíso de hippies, lagartijas, amor y sabinas ha habido semejante movida. ¡Toma rave!
Pasé los últimos días de las vacaciones con los ojos puestos en el cielo y bien abiertos. Y es que si los hidroaviones vuelven, esta vez no pienso perdérmelos.
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