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Columna
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Tiemblen después de haber reído

Aún no se por qué no se han hecho diez o doscientos homenajes a La Codorniz, y menos aún lo entiendo en estos momentos, cuando se está perdiendo el sentido del humor y cuesta tanto toparse con seres inteligentes, condición que no conviene confundir con la profusión de títulos que les adornen. La Codorniz, revista satírica, fue lo que fue y además, como era inteligente, fue lo que no fue, lo que la gente creía que fue y lo que la gente se inventó. Fue lo que fue y lo que no fue. En la revista había muchas secciones, pero una se titulaba Tiemble después de haber reído, un artículo humorístico basado en el humor negro, que utilizaba el terror para hacer reír. Convendría que en estos momentos se releyeran aquellos artículos, más aún cuando Euskadi ha encadenado fiesta tras fiesta, farra tras farra, txosna tras txosna, kalimotxo tras kalimotxo, noche tras noche. Siempre he pensado que las mejores fiestas son las que se improvisan, las que te alcanzan por sorpresa. Las previstas en el calendario fomentan una obligación de divertirse que me resulta altamente irritante.

Aun así, me parece bien que las instituciones y la sociedad pacten sus fiestas, no solo van a ser los mercaderes -yo les llamo así a los mercados- los que se pasen el día divirtiéndose, aunque su diversión consista simplemente en contar miles de millones. Debe ser muy aburrida esa fiesta. ¿Te imaginas que en vez de mil millones has ganado hoy solamente 823? ¿O que la estocada al euro te haya quedado tendida y el toro se resista en las tablas? El bajonazo debe ser tremendo. No hay kalimotxo que resista una desgracia tal.

Así que está bien establecer un calendario de festejos, por muy obligatoria que sea la risa y muy exigible la borrachera. En el fondo, todos sabemos la que se nos ha venido encima y la que está por venir. Sabemos que nuestro trabajo, nuestro dinero, nuestros ahorros, nuestras acciones, nuestras empresas, nuestros bares penden de la mueca retorcida de los mercaderes, de su mala o buena uva -nadie conoce la buena, por cierto. Bueno, sí, los neocon-. Así que conviene por un mes, mandarles a la mierda, condenarles al olvido, saber que son fuertes, pero que es más fuerte nuestro desprecio y brindar por ellos en un brindis con el diablo mientras suena de fondo la música de Paquito, el chocolatero -eso sí que les jode-.

Su revancha será brutal, entre otras cosas porque ellos no descansan y a nosotros nos pillan desentrenados, con el cuerpo y la mente un poco perjudicados y los bolsillos semivacíos. Sabemos que nos tocará temblar después de haber reído tanto, pero si La Codorniz fue capaz de hacer humor con ese inquietante título de la sección, ¿por qué no vamos a ser capaces de quitarles la sábana a esos fantasmas que revolotean por nuestras vidas?

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