El valor de las ideas
¿Tiene sentido constitucionalizar el techo de déficit público? ¿Habría que suprimir los Ayuntamientos con menos de X habitantes? ¿Sería factible el copago sanitario si se eximiera de él a los enfermos crónicos y a los jubilados? ¿Se puede limitar la contaminación instaurando un impuesto al tráfico que accede al centro de las ciudades? ¿Sirve para algo desbloquear las listas electorales? ¿Cómo puede la política exterior española promover más activamente la democracia en Cuba o Guinea Ecuatorial?
Todas estas preguntas son relevantes en el contexto político de nuestro país. Sin embargo, los términos del debate público raramente permiten una discusión racional, es decir, basándose en datos verificables, argumentos contrastables y el estudio de experiencias similares en países de nuestro entorno. Al calor del debate político y con la vista puesta en el corto plazo, más que utilizar las ideas como herramientas para la mejora de las políticas públicas, las ideas se tienden a utilizar como arma arrojadiza y se usan y se desechan en función del daño que hacen al adversario o el beneficio electoral que se percibe en ellas. El resultado es que hay buenas ideas que se queman o no prosperan debido a la improvisación, otras que ni siquiera se llegan a plantear por miedo a sus consecuencias políticas mientras que, a cambio, algunas malas ideas quedan permanentemente instaladas entre nosotros.
El progreso de un país requiere buenas ideas. Solo instituciones independientes y críticas que se adelanten a los problemas y que no tengan tabúes ni prejuicios ideológicos pueden ejercer ese papel. De ahí la importancia de los think tanks: un think tank pequeño, con no más de veinte investigadores pero bien dirigido, bien conectado y con una financiación adecuada puede tener un impacto decisivo, permitiendo un ahorro de millones de euros en políticas más eficaces y una mejora enorme en la calidad de vida de los ciudadanos. Pero ello requiere una sociedad civil abierta y vibrante, unos medios de comunicación comprometidos con la calidad de la información, una clase política con visión a largo plazo y unos empresarios inquietos, cultos y generosos. En España, un país que arrastra numerosos déficits históricos en estos ámbitos, los think thanks son todavía un fenómeno relativamente nuevo. Y justo cuando estaban empezando a consolidarse, la crisis supone una grave amenaza para ellos ya que sus fuentes de financiación se estrechan o, incluso, desaparecen. Todo el mundo tiene un buen argumento para defender la importancia de su sector. El de este es el siguiente: una sociedad sin ideas está condenada a repetir sus errores. Juzguen ustedes.
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