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Columna
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Saludos a George Clooney

Quizás porque vengo de tres semanas de hotel, por vacaciones, y me encamino a otras tres semanas de hoteles, por trabajo, me siento un poco como George Clonney en Up in the air. Vale, uno no es George Clooney, pero tampoco pretendo ni engañar ni que me crean, a lo sumo ese minuto de gloria con una ventaja sobre el guapo americano: yo no voy a despedir a nadie (me conformo con que no me despidan a mí), aunque tampoco me encontraré con Vera Farmiga en ninguna recepción, para compensar.

Con el tiempo y los viajes he aprendido a interpretar y valorar los hoteles, sin caer en la mística de Joaquín Sabina en su LP Hotel, dulce hotel, enfrentando al clásico Hogar dulce hogar, pero reconociendo que abren un sinfín de posibilidades inexploradas, al menos por mí, hasta hace algún tiempo. Un hotel, en principio, es una contradición. Es un espacio infinitamente mayor al tuyo (bueno o del banco, o de lo que decida Trichet o Sarkozy o Angela Merkel) y, sin embargo, tu espacio real es infinitamente menor al tuyo (bueno o...etc.) En el fondo, un hotel es como una comuna con espacios de intimidad. O será como una comuna de exhippies a los que les ha vencido la vergüenza.

Pero, ya por dentro, tienen un encanto singular. Cuando comes o cenas con alguna asiduidad en un hotel empiezas a sentirte parte de ese restaurante y de los habitantes que te rodean, que quizás no se han fijado en ti aunque tú te sientas George Clooney, pero a los que tú acabas examinando por una mirada, por la edad, por un versos suelto de una conversación mal escuchada. Esos pocos detalles te permiten construir una historia que, seguramente, ellos jamás soñaron que podían vivir. Por ejemplo puedes convertir a un padre en un amante maduro de una bella joven, como él hubiese querido de no haberse tratado de su hija. O te imaginas la vida ciudadana de esa pareja que siempre comen juntos pero jamás cruzan palabras, y tú interpretas que es un matrimonio al uso cuyo futuro pende eternamente de un hilo que jamás se romperá.

Así, como un cotilla silencioso, he reconstruido la vida de tantas gentes que me rodeaban, si ellos saberlo. Los he convertido en adinerados, pobres, aburridos, soberbios, magníficos, amantes. Les he adivinado la procedencia y he diseñado hasta la casa en la que viven y el barrio en el que se mueven y el coche que tenían. Yendo aún más lejos, por sus caras sabía si el sexo había llamado a su cama o si, por el contrario, habían caído en la rutina del Sálvame. Ellos no lo saben, pero yo sé todo sobre sus vidas, porque jamás las comprobaré, ni puñetera falta que hace. Ellos son mi historia. La suya carece de interés- Algún día contaré quienes son. Mientras tanto confórmense con un afectuoso saludo de George Clooney.

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