El escenario de la bondad
Hasta los años ochenta del pasado siglo continuaban activas en España algunas instituciones que, en el resto de Europa, eran memoria histórica: el padrón municipal de beneficencia, asilos, orfanatos y otros centros que configuraban el conglomerado de la Beneficencia pública o privada. Los servicios sociales modernos han puesto mucho empeño en romper su vinculación con ese pasado. Algo que no es fácil cuando todavía hay quien piensa que ingresar a sus padres en una residencia es algo de lo que los hijos tienen que avergonzarse; o quien se resiste a que el servicio de ayuda a domicilio atienda a un mayor en su casa, teniendo hijas que puedan hacerlo.
Pero los avances de los servicios sociales en las últimas décadas se ven amenazados actualmente por la reducción del gasto público y por el incremento de necesidades de subsistencia que obligan a dedicar a ello los recursos, en detrimento de otras actuaciones consustanciales al nuevo sistema de servicios sociales ¿Supone eso un retorno a la beneficencia?
La beneficencia era un sistema para atender a los pobres con unas prácticas graciables. Frente a eso, las prestaciones de derecho, como las que establece la Ley de la Dependencia o las nuevas leyes autonómicas de servicios sociales, constituyen un marco radicalmente distinto. En su contexto cualquier ayuda o servicio, incluso para atender necesidades de subsistencia, es un derecho de ciudadanía. Nadie debe avergonzarse de recurrir a ellas si las necesita, como nadie se avergüenza por tener que ingresar en un hospital. Quizás la situación obligue hoy a dedicar gran parte de los escasos recursos de los servicios sociales a atender necesidades de subsistencia. Para que eso no suponga un retorno a la beneficencia hay que desarrollar los catálogos de prestaciones de esas leyes autonómicas, sin renunciar a ir más allá de la ayuda económica y material, ofreciendo orientación y apoyo profesional a cada situación para contribuir a superarla, sabiendo que la desmotivación es la peor consecuencia de la crisis sobre las personas a las que golpea con más virulencia.
Pero la beneficencia era también una estética: el benefactor frente al pobre, cuya cualidad de desvalido no dejaba de evidenciar. Las ayudas que se demandan a los servicios sociales y a las ONG no pueden hacerse a costa de su dignidad. A nadie se debe catalogar de pobre o excluido por solicitarlas, ni exponer sus necesidades para loa de sus benefactores. Tampoco puede hacerse a costa de su intimidad: mejor ayudar a una familia en su propio domicilio que hacerla acudir a un comedor social; mejor generalizar becas de comedor escolar para que el alumnado tenga una buena alimentación, que señalar a alguno de ellos como pobre con ayudas específicas.
Decía Nietzsche que "el que siempre da corre el peligro de perder el pudor. El que siempre reparte acaba por tener callos en las manos y en el corazón a fuerza de repartir". Ese es el riesgo ahora: perder la sensibilidad y convertir las necesidades de muchas personas en un escenario donde destaque nuestra bondad. Sin cambiar nada. Como en la antigua beneficencia.
Gustavo García Herrero es trabajador social y miembro de la Asociación Estatal de Directoras y Gerentes de Servicios Sociales
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