_
_
_
_
_
BAJO EL PARAGUAS | Días de diversión
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Fiestas sí, pero no

Como a todo en Vitoria, también a las fiestas de la Virgen Blanca les han salido detractores. Todavía no se ha conformado una plataforma, pero todo se andará, que voluntarios no faltan y llevar la contraria siempre ha estado bien visto en la ciudad. Poner pegas es todo un deporte local. Una tradición. Con razón o sin ella, en Vitoria sabemos decir no con estilo.

A las fiestas de Vitoria les lanzan dardos desde todos los costados. Para algunos es una fiesta demasiado religiosa, con tanto fervor católico y obispo de por medio. Para otros, peca de pagana, con su carrusel de borracheras irreverentes. A los vecinos del centro de la ciudad les gustaría que exiliaran las fiestas a otra parte, antes que exiliarse ellos mismos. En los barrios, sin embargo, hay quien se lamenta del insistente fiestocentrismo del gobernante de turno. Luego están los que se quejan del aumento de la inflación farrera, con cañas a tres euros que parecen zuritos. Y los hay más clasistas, los que en semejante despiporre popular intuyen una insurrección inminente. Les da miedo el desenfreno de masas y se refugian en sus garitos bien encerados.

En Vitoria poner pegas es todo un deporte local. Una tradición.

Están los que no soportan que al buen humor haya que ponerle calendario fijo. Como en la Nochebuena o los cumpleaños, la felicidad obligatoria también tiene desertores. Y que no se nos olviden los antitaurinos. Y los que consideran que las fiestas son demasiado españolas. O los que dicen que son demasiado vascas. Y, por cierto, hay un apartado especial para los que no soportan a los blusas. Les sacan cantares por sus piropos pasados de tono y ese caminar kalimotxero que les caracteriza. Y al final de la cola, quedan los que han forjado su personalidad en ir a la contra. Estos últimos no tienen razones aparentes para fustigar a las fiestas. Son los quejosos, los llorones a los que nunca les sacia el menú del día y ven atascos en cada esquina.

Así es Vitoria. Como esa discusión divertida que se prolonga en la madrugada y que no arregla al mundo. Una discusión bronca a ratos, pero siempre noble. Como solo saben discutir los buenos amigos.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_