La calle es nuestra
Hay fiestas en las que si no eres sobrino de alguien te vuelves a casa con las manos en los bolsillos. Está el fiestón flower-power de Ibiza en el que manda la billetera y que no se te vean demasiado los michelines. Y de las casetas de la Feria de Abril ni les cuento: cuanta más gomina, mejor. Sí, muchas fiestas adquieren relumbrón en la medida en que hay más gente fuera que dentro. Son los elegidos por la divinidad de la buena vida, los que salen en los telediarios, dirigen el mundo o venden su cuerpo en las revistas. Esos a los que la prima de riesgo se la trae al pairo.
Incluso en Euskadi, hay fiestas que se disfrutan con camisa bien planchada y apellido compuesto, en hoteles de lujo donde el marianito cuesta lo que media noche de farra callejera. En Euskadi también se estila mucho el paseo decimonónico de reflexiones sesudas. Pero en Vitoria-Gasteiz las fiestas son de camiseta y zapatillas, de baile desordenado, de cerveza en plástico y bocadillos a cualquier hora. Para que me entiendan, son fiestas de pueblo, pero en ciudad.
En la marabunta callejera la lucha de clases se diluye en una nube etílica
En Vitoria es tal la confusión del gentío que abarrota las calles que, sin saberlo, uno se toma un copazo lo mismo con el cerebro de una trama de comisiones ilegales que con el último Premio de Derechos Humanos del Gobierno vasco. En la marabunta callejera desaparecen los despechos, se te abrazan los enemigos y la lucha de clases se diluye en una nube etílica. Hasta el cuñado pesado tiene su gracia. Solo esas cuadrillas de pensamiento monolítico se mantienen al margen. Ellos siguen yendo a los mismos bares, cantando las mismas canciones de siempre y dándole vueltas a la misma matraca. A quién le importa.
Para el resto, la calle es pluralidad, esa palabra tan desgastada de usarla que apenas tiene sentido, pero en fiestas la pluralidad es algo tan sencillo como cantar jotas navarras con el café, darle al pasodoble por la noche y terminar en las txosnas bailando Sarri, Sarri al amanecer. Y de verdad que no es ficción, que eso pasa en las fiestas. Porque en Vitoria, durante las fiestas, la calle es de la gente. La calle es nuestra.
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