Fieras del medievo
La catedral concentra más de la mitad de las gárgolas que pueblan Barcelona
Uno de los problemas de la arquitectura antigua fue la evacuación de las aguas pluviales, pues al resbalar por los muros provocaban humedades. Como solución se hicieron unas canalizaciones que escupían la lluvia a unos metros de la pared. De este modo nacían las gárgolas de piedra, de las cuales no hay dos iguales.
En Barcelona residen 250 gárgolas -las contó Norbert Font i Sagué hace más de cien años-, de las cuales 160 están en la catedral. La leyenda clásica dice que las de la seo son diablos petrificados como castigo por escupir sobre las procesiones religiosas que se hacían alrededor del templo.
Igual que en los bestiarios medievales, aquí también se mezcló a seres de la naturaleza con seres de la imaginación. Quizás muchos barceloneses no lo sepan, pero durante el siglo XIX hubo varios intentos de retirarlas. El arte gótico no estaba de moda y los vecinos se quejaban de no poder transitar por sus inmediaciones los días de lluvia. La cosa no cambió hasta la revalorización que hizo el modernismo de la estética medieval, con el acabado de la catedral -en 1913- y las primeras restauraciones, que se repetirán en 1929, en 1950 y en 1981, retirando la gran cantidad de zarzas y hierbas que las cubrían. La limpieza de mayor envergadura fue realizada entre 1997 y 1998, aprovechando la boda de la princesa Cristina. Gracias a ello, hoy lucen con su extraordinario trazo y todo su vigor imaginativo.
En la ciudad se contabilizan 250 de estos desagües medievales que en el XIX casi desaparecen
Según la leyenda, si se rompe la trompa del elefante del castillo en el lomo, se acaba el mundo
Para leer este documento fantástico hay que situarse delante de la capilla de Santa Llúcia. Si miran hacia arriba verán una gárgola que parece un perro, símbolo de la fidelidad y guardián de la casa. Siguiendo hacia la puerta principal de la catedral hay una serie de criaturas aladas, un león y un oso amenazante, con las fauces abiertas. La fachada neogótica no ofrece muchos alicientes, pero justo al doblar la esquina de la calle de los Comtes vemos la figura de un ser con garras y extremidades cubiertas de escamas. A continuación, monos -caricaturas grotescas del ser humano- y otros seres con las patas sobre las orejas. En el campanario de la puerta de Sant Iu -a mucha altura- se distinguen grifos y dragones. Pero lo más interesante está por llegar.
Las gárgolas más antiguas son las cuatro que custodian esta parte del ábside, del siglo XIV. La primera personifica a un hombre que parece llevar una barretina. Junto a él está un caballero y su montura, que es una de las dos únicas figuras de todo el edificio que no miran al frente. Si siguen la mirada del caballo verán que se dirige a un edificio de la calle de la Freneria, exactamente hacia donde estaba la casa gremial de los fabricantes de sillas de montar. Al lado hay un elefante con un castillo en el lomo, como los que pasaron por aquí con el ejército de Aníbal. Una leyenda dice de él que si se rompe su trompa se acabará el mundo, aunque ya se ha roto dos veces sin mayores consecuencias. Y después un soberbio unicornio, cuyo cuerno se creía que purificaba las aguas.
En el ábside y hasta el portal de la Pietat hay una colección de animales domésticos, como bueyes y corderos -símbolo de la mansedumbre-, carneros y cerdos -de la lujuria-, un perro esquelético -animal también asociado a la muerte- y un aguilucho cuya cabeza está ladeada hacia un león vecino.
Siguen vulgares canalones en la calle de la Pietat, que dan paso a las gárgolas que rondan el claustro. Aquí un perro, un mono al que sujeta por la cadena un chiquillo y un niño pequeño cabalgando lo que parece una cabra parecen vigilar desde las alturas a una rana que escupe agua en una esquina del estanque, junto a las 13 ocas que guardan este lugar.
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