¿Es el anís el nuevo 'gin-tonic'?
Aunque millones de españoles lo hagamos cada día, no se debe opinar sobre lo que no se conoce. Siendo un periodista gastronómico, tampoco se debería escribir sobre lo que no se ha probado, y eso es justo lo que me dispongo a hacer en este momento.
Cuando crees que ya no queda en este mundo producto comestible alguno por convertir en exquisito, en moderno y en chic, en definitiva, por gourmetizar, surge uno nuevo que te vuelve a sorprender. No habiéndome repuesto aún de la noticia de la dignificación del kalimotxo en un campeonato de cocteleros en la Escuela de Hostelería de Vitoria, el otro día llegó a mi correo electrónico una oferta promocional que me anunciaba la próxima conversión del anís en una bebida cool.
El improbable cambio está promovido por la empresa de bebidas navarra Baines, que ha lanzado al mercado una marca de esta bebida llamada Inopia. Nada en el diseño de la botella recuerda a las casas clásicas del licor, como El Mono o La Asturiana. Su etiqueta no muestra homínidos ni señoras con traje regional, ni luce ese aire como de principios del siglo XX que parecía inherente a los envases de anís, sino unas nubecillas estilosamente grabadas en el vidrio esmerilado. La gráfica del logotipo es contemporánea, y busca la complicidad del potencial bebedor por la vía del humor: la O y la P son dos ojos que miran hacia un lado.
En la web del producto se asegura que el Inopia es "incoloro y translúcido", "en su aroma envolvente destacan las notas anisadas con un agradable fondo cremoso" y "tiene una sensación predominantemente dulce". Vamos, que es anís. La página también propone de forma muy visible que lo usemos para cócteles, repostería o infusiones, casi como reconociendo de manera implícita que así, a pelo, es material hardcore.
Me pregunto si un cambio de look y una buena calidad serán suficientes para atraer a un nuevo público joven y urbano hacia esta bebida, asociada por muchos a las bisabuelas, los aldeanos o, como mucho, los obreros que se calzan un sol y sombra antes de entrar a currar a las siete de la mañana. Imagino que a una empresa que hace anís no le queda otra que renovarse, estando todos esos grupos humanos en vías de extinción o de transformación en clases sociales bebedoras de güisqui, ron, ginebra o vodka. Es una cuestión de pura supervivencia.
Para mí, el recuerdo del anís está indisolublemente asociado a Raíces, un programa sobre folclore de la televisión de mi infancia en cuya cabecera salía una viejuca tocando una botella con una cuchara como si fuera un instrumento. Era empezar a sonar el crin-crin-crin y ya te entraba la bajona, porque sabías que en vez de dibujos animados, una serie o algo divertido te esperaba una hora de tradiciones populares que no te interesaban lo más mínimo.
Quizá por este trauma infantil, unido a mi aversión generalizada a los alcoholes dulces, siempre he aborrecido el anís. Por eso, lo dicho al principio: no me hace falta probar el Inopia para saber que no me va a gustar. Lo que no significa que no valore el intento de esta empresa por sacar la bebida del mundo de los puros, las tardes de dominó y las mesas camilla. Al fin y al cabo, si el gin-tonic ha vuelto, el anís también podría quitarse la caspa. Pero algo me dice que lo va a tener más complicado.
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