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Columna
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Identidades asesinas

Lluís Bassets

Cazados como conejos. Uno detrás de otro cayeron a decenas esos jóvenes noruegos convocados para formarse en las ideas socialdemócratas. Aislados, sin escapatoria, incapaces de protegerse o de defenderse de un solo hombre armado que estaba dispuesto a no dejar vivo ni a uno solo. El disfraz de policía, respetado por los pobres muchachos, le permitió adentrarse entre ellos y convocarles para que se acercaran, antes de empezar a disparar. La isla minúscula, idílica, paraíso socialdemócrata convertido en una ratonera, facilitó la tarea al asesino. También una cuidadosa y meditada preparación de la secuencia, fruto de una mente detallista y perversa: primero, un coche bomba ante la oficina del primer ministro, en el centro de Oslo, para concentrar la atención de la policía y los medios, hasta dar pábulo a un eventual atentado de Al Qaeda, y luego, apenas dos horas más tarde, la matanza de la isla de Utoya, hora y media de lenta cacería humana, sin dificultades, sin obstáculos, hasta el hastío, y con un balance de víctimas atroz.

¿Cabe desconectar la matanza de Oslo del ascenso de la extrema derecha y de las ideas de exclusión que propugna?

El megaterrorismo, que tenemos entre nosotros desde hace pocos decenios, ahora puede ser obra de un único asesino de masas. Esta vez no hay mucha tecnología de por medio. Tampoco una compleja y disciplinada organización criminal. Ni siquiera el atacante es exterior por su origen, el extranjero estigmatizado, o por su religión, el islam. El autor de la matanza es un joven europeo que dice defender su identidad europea y cristiana. Pertenece, como todos nosotros, a un mundo globalizado, a veces difícil de entender y de vivir, pero sus ideas, lamentables y erróneas, son totalmente genuinas, compartidas por multitud de sus conciudadanos.

¿Cabe desconectar la matanza de Oslo del ascenso de la extrema derecha en toda Europa? La teoría del loco aislado y sin relación con nada calza como un guante en una acción al parecer individual como esta. Pero también es legítima la duda. Los jóvenes asesinados estaban en la escuela veraniega del laborismo noruego, para formarse en todo lo que detestaba Anders Behring Breivik, el asesino: el marxismo, el buenismo, la corrección política y el multiculturalismo que destruyen la identidad europea, arrinconan las raíces culturales cristianas y abren las puertas a la islamización del continente, según los idearios de extrema derecha que proliferan por toda Europa. Muchas de las ideas que manejaba el asesino son compartidas por personajes y partidos pacíficos e incuso honorables, que no solo difunden sus proyectos de exclusión y de discriminación, sino que los aplican cuando están en el Gobierno, cosa que está sucediendo con frecuencia creciente en la Europa septentrional.

El objetivo del terrorista no es producir efectos políticos. Sabe que la reacción a esta matanza será una mayor vigilancia sobre la extrema derecha, un mayor cuidado en la seguridad antiterrorista y como ha señalado Jens Stoltenber, el primer ministro, un reforzamiento de la democracia, tal como corresponde a la historia, el temple y el carácter de la sociedad noruega. A diferencia de Al Qaeda, que con sus atentados pretende fomentar la instalación de regímenes islamistas que apliquen la sharia, el objetivo criminal de Behring Breivik se agota en la matanza misma: ha querido asesinar al primer ministro socialdemócrata y diezmar las filas de los más jóvenes seguidores de esas ideas que detesta y considera responsables de un futuro que aborrece.

La locura que impulsó a Behring Breivik pertenece a una enfermedad política que describió muy bien, hace poco más de 10 años, en plena era de los atentados islamistas, el escritor franco-libanés Amin Maalouf, en un libro titulado Identidades asesinas (Alianza). La dolencia moral que denunciaba Maalouf "reduce la identidad a una única pertenencia, instala a los seres humanos en una actitud parcial, sectaria, intolerante, dominadora, a veces suicida, y los transforma con frecuencia en asesinos o en partidarios de los asesinos", y encaja también ahora cuando en la Europa laica de raíces cristianas uno de sus jóvenes es capaz de perpetrar una matanza en nombre de esa identidad supuestamente en peligro.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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