Un mar de comisiones
Vayan los hechos por delante: España es, según la UE, el segundo país de Europa en el que más caro cuesta mantener una cuenta corriente. Los españoles tienen que abonar hasta 178 euros al año para que una cuenta permanezca abierta. Sorpresa: el país con las cuentas corrientes más caras es Italia. Cuando se entere Angela Merkel, nos vamos a enterar. Los dirigentes bancarios suelen insistir en que este tipo de comparaciones ofrecen una visión distorsionada de la realidad, porque incluyen parámetros no homogéneos. Bien, aceptando la versión bancaria, el paso siguiente es preguntarse por las causas de esa heterogeneidad. ¿No está globalizado el mercado financiero? Es más, de hecho, ¿no es el mercado financiero uno de los pocos que está globalizado? Parece que la respuesta es no, como ha advertido el comisario de Mercado Interior y Servicios Financieros Michel Barnier. No es raro encontrar casos en España de comisiones que se multiplican por 8 o por 10 en 24 horas (la de gestión de cheques en algunas entidades, por ejemplo). El cliente avisado negocia apresurada y a veces acremente con el director de la sucursal la rebaja del recargo. El usuario despistado es el que paga el pato.
No hay que dar demasiadas vueltas a esta inundación de comisiones. La nuez de esta cuestión es que el negocio bancario tradicional está en retirada. Dicho en términos más técnicos, los márgenes del negocio descienden de forma preocupante. En 2010, el margen de intermediación de la banca sobre los activos totales medios cayó el 25%. Digamos que el oficio bancario de toda la vida, ese que consiste en tomar dinero aquí, ponerlo allá y cobrar por el recado, está en retirada. Además, hay menos cuentas. Así que los bancos recurren a cobrar comisiones por casi todo lo que se mueve. O a encarecer las existentes.
Dentro de poco, tener una cuenta corriente se parecerá mucho a suscribir un seguro de automóvil. Una selección actuarial, vamos. Según la edad, cuantía de los depósitos o prudencia inversora, la oficina bancaria ofrecerá unos servicios u otros, comisiones caras o baratas, moqueta o fila interminable de pie. El progreso no se detiene; la banca, tampoco.
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