Incierta cuenta atrás
El comienzo de la retirada aliada de Afganistán abre un futuro lleno de interrogantes
En Afganistán ha comenzado la paulatina entrega por parte aliada del control del territorio a las tropas locales, primera fase de un proceso que debe terminar en algo más de tres años con la retirada del país centroasiático de cualquier fuerza extranjera de combate. El traspaso, que coincide con un relevo en el mando militar estadounidense y de la OTAN, se inicia en siete zonas relativamente tranquilas, lo que no ha impedido que sus prolegómenos se vean sacudidos por una escalada del terrorismo talibán, decidido a marcar su impronta en una transición que tiene mucho de experimento.
Barack Obama anunció el mes pasado, en clave de reelección, la vuelta a casa este año de 10.000 de sus 100.000 soldados desplegados en Afganistán, aunque las cosas no van mejor, sino lo contrario. La guerra cuesta a los contribuyentes estadounidenses (cada vez más hostiles a la presencia de sus tropas) más de 100.000 millones de dólares al año, y alcanza 10 años después de su comienzo una cifra récord de muertos civiles y militares. Ni Washington ni sus aliados parecen tener ya claro qué pretenden conseguir.
EE UU y la OTAN invadieron Afganistán en 2001, con el propósito de extirpar el dominio talibán e impedir la consolidación de Al Qaeda. Esos objetivos no se han conseguido. Las relaciones entre EE UU y Pakistán -aliado regional imprescindible y poder nuclear carcomido por el extremismo islamista y sus luchas intestinas- se han deteriorado de forma alarmante, más rápidamente tras la operación americana que acabó con Osama bin Laden. El corrompido y fragmentado Gobierno afgano de Hamid Karzai es poco más que una marioneta, y el desencuentro entre Washington y su hombre en Kabul crece a medida que la audacia de los ataques talibanes muestra hasta qué punto el presidente es vulnerable a la retirada del escudo armado occidental.
Ni siquiera Obama habla ya de victoria. A lo sumo, minimizar daños. Y en cualquier caso, se hace imprescindible negociar con los talibanes, el retrógrado poder al que se pretendía eliminar y llave ahora de cualquier solución política. Para Occidente no puede haber objetivo a medio plazo más importante que el de evitar una guerra civil en Afganistán o un vacío de poder que desemboque en un nuevo incendio regional. No está nada claro que el comienzo de una retirada prematura vaya a contribuir a lograrlo.
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