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Gracias y desgracias
Columna
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Yves y el Marqués de Sade

Eugenia de la Torriente

Moujik era el perro de Yves Saint Laurent. Bueno, los perros. Tuvo cuatro y a todos los llamó igual. Moujik IV sobrevivió a su dueño, fallecido en 2008 de un tumor cerebral tras seis años de oscuridad. El último bulldog francés de la saga y el cuadro que Warhol dedicó al primero quedaron al cargo de Phillipe, ayudante del diseñador hasta el fin de sus días. Hoy, en fiestas y exposiciones, el animal despierta el mismo interés que cualquier otra celebridad. Solo que Moujik se deja acariciar con más facilidad que Lady Gaga.

Pierre Bergé, antiguo amante y eterno socio y compañero de Saint Laurent, ha revelado ahora la pasión enfermiza que unió a los dos hombres durante medio siglo. Lo ha hecho a través de un documental, L'amour fou, y de un libro que recoge su relación epistolar con un fantasma, Cartas a Yves. En él, Moujik es el secundario simpático que aporta un respiro al drama. Saint Laurent lo adoraba en la soledad a la que su desdicha, surcada de adicciones, lo abocó. "Habías encontrado refugio en una bulimia y una gula increíbles", le escribe Bergé. "Tú que habías estado tan orgulloso de tu cuerpo, te pusiste a odiarlo hasta el punto de deformarlo. 'Me he convertido en un monstruo', me decías. Y era verdad. El masoquismo con el que habías jugado con tanta maña se había tomado la revancha".

El maestro de la alta costura mudó en un personaje de ópera, siempre entre la daga y el veneno. En 1990, cuando fue internado por última vez, se cumplían 30 años de su primera hospitalización por una crisis nerviosa. Tras su muerte, la parte más bella de su existencia permaneció. Como Moujik, siguieron vivas sus sublimes creaciones y su colección de arte, que recaudó más de 370 millones de euros al ser subastada. Bergé nos hace partícipes del otro lado, el que descubre la complejidad del personaje y el reverso de la gloria.

"¡Si todas esas personas supieran que nuestro motor fue la sexualidad y no el arte!", escribe. "Que fue su descubrimiento -en el que te sumergí, que te inflingí- la causa de nuestro amor, de nuestra casa de costura, de nuestra colección. ¡De nuestra vida! Juntos no leíamos a Bernardino de Saint-Pierre sino al marqués de Sade. Fue la sexualidad lo que nos reconcilió cuando fue necesario y fue su recuerdo, que evocábamos tan a menudo, lo que nos unió hasta el final". La revelación postrera de la intimidad de un hombre atormentado ilustra el regalo envenenado que recibió: una sensibilidad tan buena para crear como mala para vivir.

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