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Columna
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Intimidad

Carlos Boyero

Tiene pinta de jubilado apacible, es gordito y calvo, parece un argentino tranquilo. Está en su casa. Se sienta en un sillón de orejas situado a un metro de la televisión. Se dispone a ver un partido de fútbol en el cual el River Plate, el equipo de su alma, se juega la permanencia en la Primera División, algo que supone una amenaza tan increíble como que una ancestral dinastía de reyes pueda ser degradada a limpiar las caballerizas. A partir de ahí, los impúdicos espectadores de la intimidad de este hombre vamos a asistir a un espectáculo esperpéntico e hilarante, a la transformación de este señor en una bestia selvática, un ser que aúlla, maldice, se autocompadece, gime, defeca verbalmente y con expresión poseído en la "concha" de las madres y hermanas de los jugadores, el presidente, el árbitro, él mismo, todo Cristo. Le obligan a tomar un calmante. Solo engulle medio. Cuando no insulta ("andate a la puta que te remilparió" es su constante estribillo), parece flotar en estado de trance, al final se hunde en la desolación.

A los mirones nos provoca mucha risa, estupor o compasión este anciano enloquecido y a punto de infarto, pero es repugnante que el derecho sagrado de su intimidad haya sido violado. Sus hijos grabaron ese espectáculo dantesco y alguien lo colgó en Internet para regocijo de millones de extraños y acompañado, como no, de publicidad. O sea, están haciendo negocio con la libertad de una persona para perpetrar en su casa lo que le salga de los genitales, a condición de no ejercer la violencia contra nadie.

Y sientes escalofríos ante la proliferación y la inmunidad de las cámaras ocultas, los pinchazos en los móviles, la facilidad que otorgan las nuevas tecnologías para amargarle la existencia al prójimo, para hacer público todo lo que es privado. Igualmente, alucino con la droga dura que suponen esos sofisticados artilugios llamados teléfonos inteligentes y en los que al parecer está contenido todo el universo, que unifican el trabajo, el placer y la comunicación. Gente que tenía capacidad para disfrutar de la comida, la bebida y la conversación recurren a ellos cada tres minutos durante un encuentro de amigos en un restaurante. Imagino que lo encuentran normal. "Vade retro" nuevo mundo.

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