La irrupción de Pérez Rubalcaba

El ya famoso discurso de Alfredo Pérez Rubalcaba fue impecable. Sin duda, uno de los mejores que he oído, con el mérito añadido de haber sido dicho de memoria, sin el recurso al manido texto de turno. Pero sobre los discursos hay infinidad de referencias en el refranero español: "Obras son amores y no buenas razones", "del dicho al hecho hay un trecho", "las palabras se las lleva el viento". Y no digo que el señor Rubalcaba no sea un hombre honorable, que seguro que sí lo es, pero la inercia en política es lo que el acento al discurso: su alma.

Ya me gustaría a mí que Rubalcaba llegara a presidir el Gobierno de nuestro país y llevara a cabo la mitad de las cosas que nos ha sugerido en su brillante discurso. Pero es que lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible. Cuando habla de los chavales que se caen del sistema educativo y afirma que se dejaría la piel por ayudarles a pasar el Rubicón, yo le creo. Bueno, lo que quiero decir es que creo en su buena voluntad. Pero pienso como Julio Cesar cuando decidió cruzar el Rubicón a sabiendas de que con ello iniciaría una guerra civil: alea jacta est. Y es que, en educación, la suerte está echada y en las manos de las comunidades autónomas.

Por mucho que quiera ayudar a los adolescentes a recuperar el tiempo perdido, siempre habrá una Esperanza Aguirre que los condene al fracaso, eliminando del sistema educativo a los 8.000 profesores de refuerzo que tenían precisamente la misión de rescatar a las víctimas de su propia mala cabeza de adolescente. Y qué decir de la banca. Las decisiones sobre la banca se toman en Europa. Por mucho que don Alfredo quiera sacarles lo que en justicia les corresponde aportar para ayudar al país a levantar cabeza, el BCE será quien determine lo que se vaya a hacer.