Por un relevo sin traumas
Deberíamos hacernos mirar nuestras dificultades para dar paso a los relevos en la presidencia del Gobierno porque propenden a producirse de manera más bien traumática. Basta repasar las condiciones límites que impulsaron la dimisión de Adolfo Suárez en 1981; la asonada del 23 de febrero de aquel año que interrumpió la votación de investidura de Leopoldo Calvo-Sotelo; las conspiraciones múltiples para terminar con Felipe González, exasperadas por el PP a partir de su derrota en 1993; o las protestas en las calles desencadenadas por nuestra implicación en Irak, que acompañaron el final del segundo mandato de José María Aznar en 2004. Pudo verse a los aspirantes socialistas a partir de 1979 afanados en la ruptura del póster de Suárez, convencidos como estaban de que otro candidato cualquiera haría más probable su victoria. Años después, los populares decidían emprender otra operación de acoso y derribo de González bajo la obsesión de su imbatibilidad. Por eso, decretaron el "vale todo" y utilizaron incluso la lucha antiterrorista y a los desertores del servicio de inteligencia empezando por Perote como ariete electoral. De nuevo se alcanzaron temperaturas de incandescencia en los meses finales del segundo mandato de José María Aznar cuando se registró aquella movilización excepcional contra nuestra la implicación en Irak, a partir del encuentro de las Azores donde se lanzó el ultimátum a Sadam Hussein.
A pesar de su experiencia de gobierno, tanto Rajoy como Rubalcaba serán nuevos en La Moncloa
Ahora, cualquiera que sea el momento elegido para la convocatoria -que corresponde hacer al presidente, oído el Consejo de Ministros y bajo su exclusiva responsabilidad-, estamos abocados a unas elecciones generales a celebrar dentro del periodo que va desde las primeras fechas disponibles a finales de octubre y el 9 de mayo, día en que se cumplirían los dos meses de la terminación del mandato de cuatro años de los electos, que es el límite máximo establecido por el artículo 68 de la Constitución. En esta próxima ocasión vuelve a suceder, como cuando las elecciones convocadas por Leopoldo Calvo-Sotelo el 28 de octubre de 1982 o las fijadas por José María Aznar el 14 de marzo de 2004, que el convocante ha renunciado de antemano a presentarse como candidato, Por tanto, es seguro que cualquiera que sea el resultado el inquilino del palacio de la Moncloa quedará relevado. De modo que Zapatero tendrá preparada su mudanza, sin esperar con ánimo incierto la proclamación de resultados, para dejar que llegue con su equipaje Mariano Rajoy o Alfredo Pérez Rubalcaba.
En 1982, el relevo de Leopoldo Calvo-Sotelo pudo haber sido Landelino Lavilla, su compañero de la Unión de Centro Democrático, o Manuel Fraga, todavía de Alianza Popular, pero ganó el socialista Felipe González por mayoría absoluta. Luego, en 1996, cuando González optaba a su cuarta reelección José María Aznar sumó 300.000 votos más y le ganó la partida. Una victoria de mínimos que hizo necesario hablar catalán en la intimidad por mucho que los entusiastas nocturnos gritaran en la calle Génova aquello de "¡Pujol, enano, habla castellano!" En 2004, los dos candidatos verosímiles del PP y del PSOE que tomaban la salida en la carrera -Mariano Rajoy y José Luis Rodríguez Zapatero- se estrenaban en esas lides de aspirantes. El triunfo sin mayoría fue para el socialista Rodríguez Zapatero. Toda la orquesta mediática le recibió entonces como presidente accidental, atribuyendo su victoria a los atentados ferroviarios del 11 de marzo poco menos que preparados en la sede socialista de la calle de Ferraz por Rubalcaba, el químico. Ahora, tras la renuncia del presidente al cabo de ocho años, van a competir dos aspirantes, Rubalcaba y Rajoy, con dilatada experiencia de gobierno cobrada con años de diferencia en los mismos departamentos de Educación, Interior, Portavoz y Presidencia. Pero quien quiera que gane, cuando asistido de su cuadrilla haga el paseíllo de entrada, lo hará como nuevo en esta plaza monumental de la Moncloa.
Si proyectáramos las actitudes observadas en los relevos que se acaban de producir en los Gobiernos de algunas comunidades autónomas y corporaciones municipales, podríamos anticipar las mismas brusquedades y anuncios cainitas de tabla rasa, cuando sea el cambio de guardia de la presidencia del Gobierno. Como si fuera necesario partir de una descalificación de los predecesores para asegurar el éxito de la nueva gestión. Pero debería tenerse en cuenta que lo que se dice aquí no es solo de consumo interno; se escucha también fuera y enseguida se apunta en el debe de nuestro país y nos lo ponen en la cuenta. Quienes vieran con pesar cualquier dato positivo en las exportaciones o el empleo se estarían incapacitando para asumir el Gobierno.
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