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547 días en manos de los talibanes

Los dos periodistas franceses liberados el miércoles relatan con ánimo a prueba de desgracias las condiciones de su cautiverio medieval en las montañas afganas

Antonio Jiménez Barca

Tras 547 días encerrados en las montañas afganas, secuestrados por un grupo de talibanes locales, los dos periodistas franceses, sonrientes, emocionados, con un aspecto bueno y saludable dadas las circunstancias, un inmejorable estado de ánimo y un humor a prueba de desgracia, comenzaron a relatar en la misma pista del aeropuerto de Villacoublay las condiciones de su secuestro y cómo fue su vida cotidiana durante este último año y medio: "Hacíamos mucho ejercicio; Stéphane

[Taponier, cámara, de 46 años], los días buenos, se tiraba tres horas; yo unos 45 minutos. Hacer eso incluso en una habitación de diez metros cuadrados te libera del estrés", explicaba Hervé Ghesquière, de 46 años, en la misma pista. Antes de ponerse a hablar, al colocarse delante del micrófono frente a sus compañeros periodistas, sonrió, les señaló, y les comentó: "La verdad es que no tengo costumbre de estar a este lado; lo mío es estar allí".

"Nunca temimos por nuestra vida porque sabíamos que valía dinero"

Luego añadió, serio: "Nunca nos pegaron, ni nos trataron mal, nunca nos amenazaron de muerte, y nunca temimos por nuestra vida, porque sabíamos que nuestra vida valía dinero".

Fueron secuestrados, junto al traductor que les ayudaba, el 30 de diciembre de 2009 mientras elaboraban un reportaje en la provincia afgana de Karissa, a 60 kilómetros de Kabul. No siempre estuvieron juntos en su cautiverio. Durante ocho meses, Taponier y el traductor -que también ha sido liberado y reside en Afganistán- vivieron en una parte y el redactor en otro.

"Lo peor era estar encerrado tanto tiempo. Vivíamos encerrados 23 horas y 45 minutos al día, con dos salidas para ir al baño, una al amanecer y otra por la noche. Pero nunca perdimos la moral, hacíamos esfuerzos por llenar el tiempo, por estructurarlo, por no dejarnos llevar por el desánimo o la desesperación, por no desmoralizarnos al pensar que teníamos todo un día por delante sin nada que hacer, sin nada que leer". Ghesquière mantuvo un diario que llegó a tener 500 páginas y que le ayudó a sobrellevar el peso de los días en una habitación de diez metros cuadrados, con una sola ventana enrejada cubierta por un plástico, en medio "de unas condiciones higiénicas de la Edad Media". "Pero, desgraciadamente, me quitaron el manuscrito al liberarme", añadió encogiéndose de hombros.

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Contaban cada uno con una radio. La de Ghesquière conectaba con la BBC, la de Taponier con Radio France Internacional. Eso constituyó su precario hilo con el resto del mundo y así se enteraron de la gran movilización producida en Francia por parte de sus compañeros a fin de que no se olvidara su caso.

La comida era mala, escasa, y casi siempre la misma: arroz y judías rojas. "Pero no porque fuéramos secuestrados, sino porque era la comida de la montaña afgana. Y puede parecer una tontería eso de la comida ¡pero es vital!", explicaba Ghesquière. A veces hablaban con sus secuestradores: "Tuvimos conversaciones con ellos, claro, y a veces eran interesantes, sobre por qué hacían lo que hacían, sobre la relación hombre-mujer, pero era difícil, porque los talibanes tienden a la mentira".

A los pocos meses de su secuestro, el actual ministro del Interior, Claude Guéant, por entonces secretario general del Elíseo, acusó a los dos periodistas de imprudentes. Ayer, Ghesquière y Taponier, ya en la sede de la televisión pública francesa, rodeados de cientos de sus compañeros, lo negaron: "No fuimos a la aventura. Tratamos de no correr riesgos. Estábamos bien preparados. Pero fuimos vendidos en un control de carretera. A veces se tiene suerte y a veces no. No existe el riesgo cero. Pero a pesar de todo se tiene que seguir acudiendo a Afganistán o a Irak, y no siempre embutidos en las tropas francesas o estadounidenses; se necesitan también otros puntos de vista".

Taponier (izquierda) y Ghesquière, a su llegada a Francia.
Taponier (izquierda) y Ghesquière, a su llegada a Francia.MICHEL EULER (AP)

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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