Arquitecturas camufladas
Las arquitecturas se camuflan; se escabullen; juegan al escondite en medio de las avenidas; se funden con el resto y dejan de ser un poco ellas mismas para pasar a formar parte de algo sutil y mágico: la trama de las ciudades. Da igual que se trate de una estructura prodigiosa; no importa que sea una torre altísima o la ampliación inesperada o hasta discordante de un edificio clásico. La arquitectura se camufla y se esconde, se traviste y se cancela y la buscamos en medio del todo y nos damos de bruces con el milagro de la unicidad que se integra, porque al cabo de poco las arquitecturas exclusivas, las que decoran tarjetas postales y camisetas, se abandonan con una afabilidad pasmosa al entramado urbano.
Ocurre con la torre Eiffel, el símbolo de París que sigue y persigue a la ciudad, ingeniería de precisión y elegancia inusitada que recuerda, desde casi cualquier punto de la ciudad, que la contemporaneidad, lo que en cada momento se entiende como tal, acecha. Luego nos acercamos a la estructura espigada y se desvela a trozos, igual que las Torres Gemelas de Nueva York que corren tras de mí como un fantasma, aquella que fui entonces, muchas noches de verano, caminando entre la ciudad húmeda desde mi casa, persiguiendo la imagen inconfundible que aparecía nítida tras los ventanales del dormitorio. Tan de cerca, a pie de obra, las Torres Gemelas se difuminaban y el cuello trataba en vano de capturar la totalidad. Se escapaban los edificios altísimos y en su lugar aparecían los rincones en apariencia insignificantes que con las prisas y la distancia habían pasado desapercibidos.
Esa pasión por el fragmento arquitectónico es una fórmula muy sofisticada de mirar, una poetización del mundo, mirada diferente que ha llegado a Madrid a través de dos exposiciones en las galerías Guillermo de Osma e Ivorypress -en ambos casos galerías con sabor a museo-. Las exposiciones son una sorpresa deliciosa, joyas para gourmet, frágiles, resplandecientes. En ambos casos se trata, además, de dos mujeres fotógrafas que a través del objetivo de sus máquinas han sabido capturar, en blanco y negro, esas partes de una realidad arquitectónica cotidiana que a través de sus ojos se ha convertido en una especie de teatro de los prodigios.
La primera es Germaine Krull, personaje esencial para las vanguardias de los veinte y los treinta, quien presenta sus arquitecturas industriales -una torre Eiffel despiezada, desplazada- como estrategia de la conformación de la nueva belleza industrial. Guillermo de Osma arropa a Krull con obras de Ilse Bing, Moholy-Nagy o, ocurre con frecuencia en esta galería atenta a la vanguardia en España, con fotógrafos locales como Esteve Terrades o José Alemany.
La segunda exposición es una propuesta que Ivorypress formula en torno a la joven artista Luisa Lambri. Sus fotografías elegantes, con sabor a haiku, proponen una visión inesperada de la realidad, capturando los rincones más nimios -y por eso tal vez los más poéticos- de edificios conocidos -modernos igual que lo fuera la torre Eiffel- como el Museo Whitney o el Centro Gallego de Arte Contemporáneo. Lo explica de manera magistral la arquitecta japonesa Kazuyo Sejima en un texto para el catálogo que se refiere a los trabajos de Lambri: "No era la fotografía de una habitación importante de la casa sino, más bien, una imagen con una cualidad casi inintencionada". Se trata de una muestra delicadísima frente a la rotundidad de Krull, pero a ambas les une un destino elocuente: enseñarnos a volver a mirar esas arquitecturas que damos por sabidas y que se camuflan sin tregua.
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