La pinza, otra vez
Pensaba en el metro camino a mi trabajo esta mañana que si me hubiesen dado la oportunidad de sacar mi voto de la urna en la que lo deposité el pasado 22 de mayo la vida me daría una gran oportunidad. Pensaba en las jornadas que pasé reflexionando sobre la conveniencia de votar a quien siempre lo hice desde los 18 años, o variar mi elección y poner en manos de IU mis deseos de cambio, mínimo tal vez, pero cambio al fin y al cabo; quería revolverme contra los tiempos, los modos y los personajes que nos gobiernan. Y he aquí que me topo esta semana con esas noticias que me anuncian que con mi voto se han dedicado a dar el poder a aquellos contra los que pretendía ir en contra. No es ira, no es odio, es vergüenza lo que siento, justo castigo tal vez por cambiarme la chaqueta, algo tan usual en este país de estómagos agradecidos y con jugos gástricos revueltos.
No soy creyente, pero sé que de algún modo, en algún momento, pagarán esto que han hecho, o que han consentido. Seguramente les esté destinado el olvido en la historia de los hechos políticos de España, pero de momento sepan que me han provocado indignación y vergüenza por la traición a unas ideas falsamente defendidas con una impostada pasión.
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