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Columna
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Un amigo de Porcioles en Cartago

Lluís Bassets

Ese caballero casi octogenario, orondo y amable que recibe a un grupo de periodistas en el palacio presidencial en Cartago es un interino. Accedió a su cargo el 15 de enero de 2011, inesperadamente y por razones de fuerza mayor, y lo ejerce de forma provisional, sin la menor intención de perpetuarse más allá de las próximas elecciones; de puntillas casi, con resignada aceptación de las críticas y los sarcasmos que puedan suscitar su edad, su pasividad o la obviedad de sus declaraciones.

A un poder absoluto, perpetuo e intolerante no le puede suceder más que esa forma tan suave y etérea de presidir, siempre subrayada por su carácter interino. Fuad Mebaza, de 79 años, presidente de la Cámara de Diputados desde 1997 hasta su nombramiento como presidente y miembro del buró político del ahora disuelto partido del dictador Ben Ali, el RCD (Ressemblement Constitutionel Démocratique), tiene como única ambición presidir interinamente su país hasta las elecciones y después jubilarse. Asegura que se lo merece después de más de 50 años de vida política. Y de coche oficial: desde 1969 ha sido alcalde de tres ciudades (la capital, La Marsa y Cartago), titular de tres carteras ministeriales distintas con Burguiba y Ben Ali, embajador en capitales tan sensibles como Rabat y Ginebra (Naciones Unidas), y ahora culmina su periplo con la máxima magistratura, interinamente, por supuesto.

En Túnez y Egipto, la gerontocracia de los políticos contrasta con la juventud de quienes han echado a los dictadores

El presidente interino evoca su intensa vida política, antes y después de la independencia, desde que empezó a militar en el nacionalismo del partido Neodestur de Burguiba en París en los años cincuenta. Durante la audiencia surge inevitablemente el nombre de la ciudad de Barcelona. El organizador del encuentro es el barcelonés CIDOB, uno de los más activos think tanks españoles en temas internacionales y mediterráneos. La capital catalana suscita muy buenos recuerdos al presidente interino. Nos cuenta que viajó a Barcelona en su condición de alcalde de Túnez para hermanar a ambas ciudades. "Había un alcalde muy activo y dinámico", asegura. Tantos años después, el señor Mebaza lo recuerda perfectamente: José María de Porcioles. "Bajo Franco", le recuerda uno de los periodistas. El presidente interino también tiene plena conciencia de que era con Franco, pero no parece darle mayor importancia. "El éxito del proceso democrático, indisociable de una prensa libre y objetiva", titula el diario La Presse de Tunisie la gacetilla donde se da cuenta de la recepción.

El presidente del Gobierno provisional es más joven que su primer ministro, Beji Caid Essebsi, de 85 años. Lógicamente, este tiene también una larga vida política a sus espaldas, en la que se incluyen varios cargos y carteras ministeriales con el presidente Burguiba. A diferencia de Mebaza, Essebsi se distanció muy pronto de Ben Ali y se refugió en el ejercicio de la abogacía. El día en que Mebaza recibe a los periodistas acaba de conocerse el nuevo calendario electoral, que prolongará la interinidad del presidente y del Gobierno. Las elecciones para la asamblea constituyente previstas para el 24 de julio han sido aplazadas al 23 de octubre. No había tiempo para organizar una contienda electoral en el erial político dejado por Ben Ali. Los favorecidos por la precipitación eran los islamistas de En Nahda (Renacimiento), la fuerza más organizada y enraizada. Están dirigidos por Rachid Ganouchi, de 69 años, otro hombre de la generación mayor, pero con un historial político muy distinto: tres años de cárcel y 20 de exilio.

Contrasta la gerontocracia de los políticos y su densa experiencia política con la juventud y ligereza ideológica de quienes han echado al dictador. Pasa algo similar en Egipto. Los dirigentes, los del antiguo régimen y los de la oposición, tienen más de 60 años. También sucede con los periodistas y sus medios, envejecidos en su gran mayoría por su sumisión a la dictadura, su comportamiento pusilánime durante la revolución y su dificultad para adaptarse a los nuevos tiempos. Es la paradoja dramática de estas transiciones: quienes pueden dirigir el país pertenecen al pasado, pero el presente no tiene líderes. Es el vacío. Las banderas y las ideas yacen en la plaza. El más osado puede empuñarlas y hacerse con el favor de la mayoría.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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