Ahí donde triunfa el miedo
Xavier García Albiol ha abierto al PP las puertas del cinturón de Barcelona gracias a su discurso xenófobo en inmigración, que le ha dado la alcaldía de Badalona
Los gitanos rumanos son "una plaga" que se ha instalado en Badalona "exclusivamente para delinquir". Hay que "reaccionar", "cortar las alas" a "los que no se adaptan" (extranjeros todos) y presionarlos para que se vayan. También hay que acabar con el "fraude" en las ayudas sociales, que van a parar a los sin papeles mientras la gente de los barrios "tiene que malvender sus pisos, asqueada" por la inseguridad y el incivismo que le rodea. A ellos, los autóctonos, les promete: "Podréis salir por el barrio con la seguridad de no ser atracados".
Con tales bulos y eslóganes como único ideario político, Xavier García Albiol, 43 años, un tipo de barrio hecho a sí mismo, con una inteligencia callejera que le hace sentirse en su salsa en medio de un corrillo con vecinos, se ha convertido en alcalde de Badalona, la tercera ciudad catalana en número de habitantes. Cumple así un anhelo gestado durante 20 años de oposición: desbancar a los socialistas y dirigir su ciudad natal.
El líder popular ha azuzado el miedo a los gitanos rumanos para ganar votos
Un juez investiga si ha cometido un delito de incitación al odio racial
Armado con un discurso xenófobo, Albiol ha abierto, él solo, la fortaleza inexpugnable que era el cinturón industrial de Barcelona para el PP. Él dice que se limita a "hablar claro". Sus rivales admiten que quizá no es un "racista convencido", pero le acusan de algo peor: de haber sembrado la discordia en Badalona explotando los problemas de convivencia. Sus actos le han llevado ante la fiscalía, y ahora un juez investiga si esa agresividad verbal esconde un delito de incitación al odio racial: el año pasado repartió panfletos que acusaban al colectivo gitano rumano de todos los males y exhibían una foto con el lema: "No queremos rumanos".
El hombre político que ha hecho del oportunismo y el populismo su divisa es un charnego de libro. Nació y creció en la Morera, un barrio obrero donde en los 70 apenas había servicios. Su padre, almeriense que conserva el acento, trabajaba en la brigada municipal. Su madre, catalana, cortaba el pelo a las vecinas. Aún viven en su pequeño piso de toda la vida.
De crío escribió una carta al entonces alcalde, el comunista Màrius Díaz, en el que se mostraba preocupado por la inseguridad y el incivismo: "Soy un niño que me llamo Javier García Albiol. He escrito esta carta para ver si con los cambios del Ayuntamiento nos pueden arreglar el parque que tenemos. Bueno, eso no parece un parque sino, con buenas palabras, una pocilga al aire libre. Porque con una pandilla de gamberros que tenemos aquí de 16 años, y unos cuantos de Pomar, nos lo han dejado listo".
A diferencia de otros políticos, se crece en la plaza y en el mercado. Y eso que crecer es difícil para un gigante de 2.01 metros que jugó en los juveniles de la Penya, equipo de baloncesto de la ACB y nexo simbólico de una ciudad históricamente rota entre el centro y la periferia. Amante de los deportes y seguidor del Espanyol, se estrenó ayer como alcalde asistiendo a un partido de fútbol del Badalona, que se jugaba el ascenso. En un tenso pleno, reiteró su apuesta por la seguridad pero pasó de puntillas sobre sus tesis más polémicas en materia de inmigración.
Antes del 22-M, seguro ya de que sería el más votado, presumía de haber "gastado muchas suelas de zapato" pateando el asfalto de Badalona. Sus adversarios le reconocen un mérito: haber captado la psique de los populosos barrios de la periferia, donde la llegada de la inmigración ha desencadenado una lucha por unos servicios públicos menguantes.
La suya ha sido una carrera de fondo. Apenas se ha dedicado a otra cosa que no sea la política. Hizo unos cursos de dirección de empresas y empezó Derecho, pero no acabó los estudios. Recibió ofertas de equipos profesionales de baloncesto (era pívot y buen reboteador) que no se concretaron. En 1991, con solo 24 años, se convirtió en el único edil del PP en el consistorio.
Allí se sintió "como un pulpo en un garaje", admite, rodeado por una abrumadora mayoría de concejales de izquierdas que le ridiculizaban. Badalona aprobó a la sazón un registro de parejas de hecho. Y Albiol protagonizó el primero de una serie de escándalos: dijo que eso era como si él se inscribiera en el registro con su perro. Su símil le costó un alud de desprecios y animó a un concejal del PSC a salir del armario.
De aquel desliz, por el que más tarde pidió perdón, Albiol aprendió que, si quería medrar, debía acaparar titulares de prensa. Eso explica que en su librería predominen los manuales de comunicación política. Elección tras elección, ha mejorado resultados a golpe de polémicas.En 2003, antes de la irrupción de la xenófoba Plataforma per Catalunya, pidió denegar el empadronamiento a los extranjeros irregulares. Cuatro años después montó un vídeo en el que ligaba inmigración y delincuencia. Si un vecino denunciaba que vivía rodeado de pisos patera, allí estaba Albiol. Si otro se hacía eco del rumor sobre la construcción de una mezquita, allí estaba Albiol. Se hizo omnipresente y marcó la agenda. Tuvo premio y, en aquellos comicios, quedó a solo dos concejales del PSC.
Ha rechazado ir al Congreso de los Diputados para cumplir su sueño de ser alcalde. El año pasado, mientras vivía temporalmente en Barcelona con su mujer y sus gemelos (un niño y una niña de cuatro años) dio el golpe definitivo con los panfletos xenófobos. Casi siempre trajeado, compensa su incómoda voz nasal gesticulando y mirando a los ojos. Su mensaje ha calado: sus 11 concejales (33% de sufragios) unidos a la ayuda de CiU, que rechazó un pacto para frenar al PP, le permitieron besar, ayer, la vara de mando entre aplausos y abucheos. Le acompañó, exultante, la líder del PP catalán, Alicia Sánchez-Camacho.
Lleva guardaespaldas desde el asesinato, en 2000, del concejal del PP de Sant Adrià José Luis Ruiz Casado a manos de ETA. Por físico y actitud, a veces el escolta parece él: en 2006 dio un tortazo a un independentista que abucheaba al exministro del Interior Ángel Acebes. "Le salió el ramalazo de chico de barrio", cuenta un conocido. Conserva amistades y acude aún a su barrio, donde el mecánico que le arreglaba el coche ("un Audi") le recuerda como "un chico algo gandul".
El edil comunista, dice Albiol, no arregló el parque como le pidió. "Sigue casi igual". Ahora será él quien reciba las cartas.
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