"A mi hijo Dale le daba terror hablar con los humanos"
Nuala Gardner no imaginó que su vida iba a ser así. Tan difícil y tan repleta de satisfacciones al mismo tiempo. Tampoco imaginó que se convertiría en una experta en niños autistas y en perros, de los que ignoraba casi todo. Pero su hijo Dale y su inseparable perro Henry se encargaron de abrirle los ojos a un universo desconocido para ella. Ahora, esta matrona escocesa comparte su experiencia con una legión de seguidores, interesados en conocer las maravillas que un perro es capaz de hacer en el proceso de aprendizaje y de apertura al mundo exterior de los niños autistas.
Henry, un enorme golden retriever, se convirtió en el intermediario vital de su hijo Dale, encerrado en sí mismo e incapaz de comunicarse con las personas hasta la llegada a su vida del animal. "A mi hijo Dale le daba terror hablar con los humanos", recuerda Gardner en un restaurante madrileño en el que devora un contundente filete de cerdo a la plancha. "El perro no le daba miedo porque no le bombardeaba con palabras como los humanos, tenía muchas menos expresiones faciales y menos confusas que las de las personas. Además, le aseguraba cariño incondicional y tienen un tamaño como para abrazarles sin problemas". Dale comenzó a hablar con el perro y lo mismo hicieron Gardner y su marido. Durante tres años conversaron con su hijo a través del perro, incluso se acostumbraron a imitar la voz del animal. Todo les pareció poco con tal de romper la barrera que les separaba de su hijo. Así hasta que lograron establecer una comunicación cara a cara con aquel niño de casi seis años y autismo severo. Hoy Dale tiene 22, trabaja como educador en una escuela infantil y es una persona autónoma. Henry, hace años que murió, y fue reemplazado sin mayor trauma por Henry II.
La matrona logró que su niño autista se abriera al mundo gracias a un perro
Gardner, la matrona, ha escrito un libro, Un amigo como Henry, en el que cuenta su experiencia y que ha servido de guion para una serie que la BBC ha llevado con éxito a la televisión. Gardner habla sin apenas pausa y sin embellecer un periplo vital plagado de altibajos y en los que tuvo la tentación de tirar la toalla más de una vez. Porque a su hijo no le diagnosticaron correctamente hasta los cuatro años, "cuando la bomba del autismo explota a los dos", porque se topó con la incomprensión de otros padres que consideraban a Dale poco menos que un monstruo y porque simplemente se sintió perdida y sin saber qué hacer con su hijo. Era un niño hermético que con frecuencia se bloqueaba y al que le daban ataques que le llevaban a autolesionarse, ante el dolor y la desesperación de su madre. "Henry y, por supuesto, una educación y un diagnóstico adecuados cambiaron la vida de mi hijo, por eso ahora espero que mi experiencia sirva a otros padres".
Gardner ha venido a España para reunirse con familiares de menores autistas y para presentar su libro. En España hay seis familias cuyos hijos caminan por la vida de la mano de perros terapeutas, que adiestra la asociación PAAT.
Esta mujer vivaracha cuenta todo esto y muchísimas cosas más mientras se atreve con su cuchara en el postre ajeno. Termina mostrando una foto de Henry lleno de lunares rojos. "Son gotas de kétchup que le puse por el cuerpo para que mis hijos le perdieran el miedo al sarampión. Con los niños autistas hay que echarle mucha imaginación. Es otra de las claves".
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