La Puertalsol
¡Se acabó lo que se daba! Tensiones, expectativas, maniobras, esperanzas y planes quedamos para brujulear entre los recuerdos de los supervivientes y me considero uno más de ese espacio madrileño que ha sido, otra vez, ombligo de España. Un leve reparo: ¡por favor, dejen el nombre tranquilo, por ser la única Puerta, en la ciudad, que no ha tomado el nombre de una plaza o glorieta! Hay otras cuatro: Puerta Cerrada, por la Cava Baja y la de San Miguel; Puerta de Moros en las inmediaciones de la plaza de la Cebada y de Humilladero; la Puerta del Ángel, en el paseo de Extremadura; la de Alcalá, que era bien reciente cuando la levantó Carlos III y poco había visto entonces.
Y la Puerta del Sol, que sí daba al campo, entonces musulmán y por la que late, a veces a borbotones, la sangre de los madrileños. Ha ocurrido casi todo. Aquí se proclamó la Constitución de 1812 y aquí se quemó públicamente el histórico documento cuando el felón Fernando VII volvió del exilio.
Cuidado con el nombre: de cinco puertas que tiene Madrid, solo una no ha tomado nombre de plaza
Sería poco más que un niño cuando pasé la primera vez, y seguramente acompañando a mi madre, de compras por las pasamanerías de Pontejos. Extraño emplazamiento, que no representa diseño urbano conocido, es casi una semicircunferencia y en ella confluyen nada menos que 10 calles; dudo que haya otra con más afluentes, desde el inicio de Alcalá, San Jerónimo, Espoz y Mina, Carretas, Correo, Mayor, Arenal, Preciados, Carmen y Montera; y se asoman otros callejones. Es todo lo contrario que una ratonera y no creo que haya lugar más idóneo para facilitar entradas y salidas. Preside la antigua Casa de Correos, luego Ministerio de la Gobernación, Dirección de Seguridad y la Comunidad de Madrid. Había un café en cada manzana.
Alguna vez he contado que, viviendo en la cercana calle de Antonio Maura, el flujo de gente alborozada me llevó, en las inmediaciones del 14 de abril de 1931, al homenaje brindado a las enlutadas figuras de la madre y la viuda de los capitanes Galán y García Hernández, alzados en Jaca por la República y ejecutados a poco. Es natural que aquellos años de adolescencia estuvieran uncidos al periodo republicano. Por cuestión de edad hube de esperar un año para ingresar en la Universidad y, no sé qué aire me dio por afirmar que me interesaban las matemáticas, las ciencias y estuve aquel curso fallido matriculado en la academia de don José Orad de la Torre, para oposiciones a Obras Públicas. Los estudiantes anduvimos enamorados de África, la hija pelirroja del director, que arrastró el cañón para bombardear la Cárcel Modelo, el 36. Cada día despachaba un bocadillo de calamares en una tasca llamada La Farola, que no hace mucho aún existía, en la calle de Tetuán, un extraño saliente entre dos edificios. Ni los calamares fritos ni los churros han vuelto a ser lo que eran y eso se pierden las generaciones posteriores.
Frecuenté la Librería Sanmartín, ante la cual asesinaron al presidente José Canalejas, para departir con el viejo amigo José Tarazona, atrincherado en un altillo al que era preciso encaramarse sorteando apuntalamientos. No encontró ayudas para sobrevivir y todo se lo llevó la piqueta desahuciadora. Calle de Carretas arriba hubo un cine luego frecuentado por chaperos y, al final, el templo de la revista, el teatro Romea, de cuya claque fui asiduo, aún con pantalones bombacho, para admirar a las vicetiples de Laura Pinillos, Alady y Lepe.
Casi esquina a Sol se instaló Pepín Rodríguez, en Sederías Carretas, anticipo de Galerías Preciados. Al arco opuesto de la plaza, en la pequeña callecita de Rompelanzas, le hacía la competencia su primo y contrapariente mío, Ramón Areces, con una sastrería llamada, El Corte Inglés. En la boca de la calle del Arenal, que lleva hasta Palacio, estuvo la mayor empresa de pompas fúnebres de la ciudad. Entre esa calle y la de Mayor, un café, donde tocaba Gálvez, gran pianista, amigo de los que íbamos al Gijón. También una orquesta de señoritas, que interpretaba música vienesa y zarzuelas. Este edificio ha estado siempre presidido por el anuncio de Tío Pepe, que no sé si han restaurado.
Como una pequeña broma de actualidad he ligado la vieja memoria del jerez con la odisea reciente del acontecimiento actual, nada que ver con el botellón, pero recordando el Dry martín de los años cincuenta. Un éxito, la masiva concentración que ojalá no se compare con el latoso Mayo Francés del 68.
eugeniosuarez@terra.es
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