La marea de la victoria
La marea de la victoria del PP en las elecciones municipales y autonómicas del domingo adquiere caracteres de tsunami. La inundación ha llegado a todas partes sin respetar ni siquiera los bastiones socialistas que parecían más inexpugnables. La onda expansiva del colapso de la credibilidad de José Luis Rodríguez Zapatero ha tenido efectos arrasadores. La campaña del PP ha logrado marcar el terreno de juego de forma que se centrara en las cotas del paro cuyo registro se acerca a los cinco millones de desempleados. Todo lo demás ha quedado fuera. Los reproches que merecieran los candidatos populares han quedado para mejor ocasión. El líder del PP, Mariano Rajoy, ha querido tener el máximo protagonismo, de forma que todo ha funcionado como si su nombre figurara sobreimpreso en todas las papeletas de los candidatos populares. Ahora los resultados tendrán que ser puestos a su cuenta. Su figura y su autoridad se refuerzan y así pudiera ser que llegara a ejercerla. En cuanto a las comparecencias nocturnas han estado programadas con responsabilidad de modo que el todavía presidente Zapatero ha podido anticiparse a reconocer la derrota y a felicitar a los ganadores del PP.
Pero mucho antes de que cerraran los colegios electorales y empezara el escrutinio de las urnas, a primera hora de ayer, domingo, los medios de comunicación ya habían cerrado sus pronósticos contundentes. Buena prueba era la asignación de efectivos hecha por los canales de televisión y las cadenas de radio para emplazarse ante las sedes del Partido Popular y del Partido Socialista. La calle de Génova, a la altura de la confluencia con las de Zurbano y Argensola, era un hervidero de preparativos. En sus inmediaciones se contaban hasta veinte unidades móviles. Operarios de las empresas de montaje se afanaban en la erección de diferentes estructuras de mecano tubo para adosarle un balcón al chaflán. Su función, como en anteriores ocasiones, es la de exhibir a los vencedores y facilitar que reciban el saludo de los entusiastas habituales que esta vez aparecen más moderados tal vez por el tamaño abrumador de la victoria. El panorama ante la sede del Partido Socialista, en la calle de Ferraz, casi esquina a Marqués de Urquijo, ofrecía la cara contraria: la soledad sin preparativos.
Cualesquiera que sean los términos de comparación que se quieran elegir -voto popular, concejales, diputados autonómicos- los resultados empeoran la negrura de los pronósticos más desfavorables que anticipaban la derrota de los socialistas. El descalabro parece mayúsculo. Nos permite imaginar cómo se iría recibiendo aquel 14 de abril de 1931 el desplome sucesivo de las candidaturas gubernamentales en todas las ciudades relevantes del país. Así que el transcurso de las horas del escrutinio ha servido para ir mostrando que donde había mayoría del PP, los resultados iban a más, se acrecentaban a costa de un PSOE que enflaquecía, mientras que allí donde los socialistas gobernaban iban siendo desalojados para ser reemplazados por sus rivales de la derecha popular.
Quienes han sido durante la pasada campaña heraldos del cambio, ocultaban que según de dónde y de quién estuviéramos hablando, el cambio hubiera debido suponer también un relevo para aquellos Gobiernos del PP de excesiva duración.
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