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Elecciones municipales
Columna
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Reflexionar en la oposición

Francesc Valls

La izquierda ha sufrido un duro revés en Cataluña y ha perdido Barcelona. Después de 32 años de gobierno de la ciudad, las urnas han decidido que un cambio era saludable y se han inclinado por dar la mayoría al centro-derecha. La democracia y la crisis económica han acabado con una tradición. Esta vez la capital de Cataluña no ha logrado sobrevivir, como históricamente había hecho, a la marea conjunta del PP en el global de España y de CiU en Cataluña. Además, los socialistas catalanes han perdido la primera plaza como partido más votado en las municipales en favor de Convergència.

Es cierto que los últimos cuatro años de mandato de Jordi Hereu han estado presididos por algunos errores de bulto, el máximo exponente de los cuales fue la convocatoria de un referéndum sobre el futuro de la Diagonal. Todo un exotismo -también por su coste- cuando el paro crecía y la crisis económica hacía estragos. Por añadidura, el consiguiente desplome del PSOE en toda España -confirmado ayer por las urnas- se ha encargado de hacer subir la factura política de los socialistas catalanes que ya venían de sufrir el duro revés de las autonómicas y a los que les queda un previsible vía crucis hasta su congreso de otoño.

Barcelona no ha logrado sobrevivir como en otras ocasiones a la marea conjunta del PP y de CiU

Estamos ante un cambio de ciclo en el que CiU ve legitimados sus drásticos planes de austeridad. Así que estos próximos cuatro años de oposición deben servir para redibujar estrategias.

Y empezar por la abstención. Es ya tradicional que después de cada convocatoria electoral, la mayoría de los políticos se lamenten de la baja participación. Pero el duelo no dura más de 24 horas. A las 48 horas nadie se acuerda de preguntarse sobre el porqué. Al fin y al cabo, razonan en la práctica, cuenta el voto de los que van votar y el resto, para la maquinaria del poder, poco importa.

Es cierto que estos no son buenos tiempos para la izquierda. El espectacular crecimiento de CiU y PP y el aumento de la presencia del populismo xenófobo no vaticinan un camino de rosas. Pero si la izquierda quiere recuperar el electorado perdido ha de hacer los deberes: no tolerar el clientelismo, acabar con cualquier atisbo de corrupción, no resignarse ante los recortes sociales y tratar de revertir con políticas tangibles la inexorable realidad de que la crisis la pagan siempre los más débiles.

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La izquierda debe sopesar y evaluar debidamente todos estos elementos si pretende que la política recupere su maltrecho prestigio. Los progresistas entienden la política como una herramienta de transformación con criterios de igualdad y equidad. Por tanto, no es de recibo predicar la ética y no practicarla, a menos que se tienda a ver al ciudadano más en la lógica del consumidor escasamente exigente que del individuo identificado con una ideología que persigue horizontes de igualdad.

La izquierda debe, pues, tomar buena nota de algunas de las propuestas del movimiento 15-M. Es la expresión de un malestar que los partidos progresistas no han sabido canalizar y que les concierne especial y casi biológicamente a ellos.

Es muy probable que el movimiento de los indignados tenga un comportamiento Guadiana y que aparezca y desaparezca a intervalos. Sus objetivos son tan amplios que es difícil pensar en unos criterios de continuidad como estructura. No obstante, su conciencia crítica es un acicate para que la derrota sirva para cambiar actuaciones. La izquierda debe indignarse y reflexionar.

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