Ilustre 'biflequillo'
Es sin duda el biflequillo más ilustre de la política catalana. Se mantiene en forma. Dice que con la campaña ha perdido peso. Pasea sus 1,78 metros de altura (según detalló en el reciente debate del CCCB) con aire desmadejado. Tiene voz de bajo profundo, tipo Nicolai Ghiaurov. Se le ve satisfecho con su aspecto general -traje gris claro, camisa oscura a rayas, corbata roja moteada-, aunque confesará que no siempre la fotogenia es la compañera ideal del político: los defectos humanizan, acercan el candidato al votante barrigudo.
El paseo, a ritmo de excursionista, va del Museo de Historia de Cataluña, adonde Portabella llega con un ligero retraso, hasta el bar El Jardí, en los jardines del Antiguo Hospital de la Santa Cruz, uno de los rincones de la ciudad que asegura preferir. Durante el trayecto se le dirigen tan solo tres personas: la proverbial contención barcelonesa. El primero, un joven probablemente sudamericano, le felicita en castellano: "Muy bien el otro día", a lo que él contesta con un escueto "Gracias", en catalán, sin que quede claro a qué día cabe atribuir la felicitación. Un segundo caballero le aborda en plena Rambla para preguntarle dónde puede encontrar más información sobre el zoo virtual que el candidato propone (en www.facebook.com/myeZOO vienen detalles del asunto). Y, finalmente, una señora, ya en la calle del Hospital, se le queja de los okupas instalados al lado de su casa. "A mí no me molesta que vivan ahí, pero sí que monten fiestas hasta las tantas y no me dejen dormir". Se despide deseándole suerte. "Para mí, suerte son votos, señora", le contesta él.
"Para mí, suerte son votos", dice a una señora en la calle del Hospital
Instalado en el bar, parece no tener ninguna prisa. Hablará de biodiversidad, de reindustrialización, del paro y de cómo combatirlo, de parques biomédicos y hasta de osos tibetanos. Inevitablemente, se cuelan en su discurso coletillas que uno ya le ha escuchado en entrevistas anteriores, como "el Estado de bienestar es el patrimonio de los que no tienen patrimonio". Y así.
Al final, es la extraña pareja de entrevistadores la que le hace notar que son las ocho de la tarde y que el cierre del diario no perdona. "¡Las ocho!", cae entonces del guindo. Y eso que a las diez todavía le queda copa en el velódromo con el equipo de campaña. Con semejante ritmo, cualquiera no adelgaza.
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