Las urnas barren a Nick Clegg y su reforma del sistema electoral
Cameron logra que los votantes hagan pagar a los liberales por el ajuste británico
La tradicional jornada electoral del primer jueves de mayo en Reino Unido dio la victoria a dos políticos muy peculiares: un primer ministro británico que ha puesto en marcha el programa de recortes más salvaje que vive el país desde la Segunda Guerra Mundial y un independentista escocés que difícilmente conseguirá la independencia de Escocia. ¿Los derrotados? Un líder laborista que ha empezado a recuperar el pulso electoral pero se ha llevado reveses inesperados. Y, por encima de todos, un líder liberal-demócrata que ha visto a su partido barrido en las urnas y evaporarse su esperanza de reforma electoral.
El referéndum sobre la reforma electoral tenía que haber sido la estrella de la jornada. La victoria del no se da por segura desde hace días y el tamaño de esa ventaja es irrelevante. El escrutinio no empezó hasta la media tarde de ayer, pero los primeros resultados auguraban anoche que el no se acercaría al 70% de los votos.
Los 'tories' eluden el cambio de un sistema de voto que no les favorecía
Esa certeza contrastó con la sorpresa del triunfo por mayoría de los independentistas del Partido Nacional Escocés (SNP) en las autonómicas en Escocia. Un triunfo relevante en si mismo, pero también por lo que tuvo de tropiezo para los laboristas de Ed Miliband, que hace unas semanas tenían una ventaja de 10 puntos en los sondeos en Escocia.
Miliband no consiguió el despegue electoral que esperaba. En Escocia tropezó. En Gales se quedó al borde de la mayoría al conseguir justo la mitad de los diputados de la Asamblea galesa, lo que quizás le obligue a buscar un pacto con los liberales-demócratas. Y en las municipales inglesas recuperó parte del terreno perdido por los laboristas en 2007 en los municipios llamados ayer a las urnas. Escrutados 269 de los 279 consejos en los que se votaba ayer, los laboristas habían conseguido el control de 25 nuevos municipios (sumando un total de 56) y 790 nuevos concejales, un resultado positivo que marca un cambio de tendencia pero a medio camino entre los 600 nuevos concejales que se esperaba como mínimo y los 1.000 que marcaban la frontera del éxito rotundo.
En cambio, fue un buen día para David Cameron. Su partido apenas cayó un 2% en votos en Inglaterra, según sus cifras (no hay datos oficiales de las municipales) e incluso obtuvo algunos nuevos concejales (77, elevando el total a 4.805, más del doble que los laboristas). Un resultado discreto si se analiza como meras cifras pero positivo si se tiene en cuenta que Cameron preside un gobierno y lidera un partido que está recortando el gasto a una escala y ritmo insólitos.
Un año después de llegar al poder, Cameron ha evitado el tradicional revolcón que se llevan los gobiernos en las municipales; ha conseguido que el electorado convierta a los liberales-demócratas y en especial a su líder, Nick Clegg, en los paganos del ajuste; ha visto desaparecer el fantasma de una reforma electoral a la que se oponía y que, de haber prosperado, habría minado su autoridad en el partido y reducido las posibilidades de victoria de los conservadores en unas elecciones generales; y, salvo revuelta liberal, verá prosperar lo único que de verdad le interesaba del paquete reformista electoral: equiparar las circunscripciones electorales en número de votantes para reducir el sesgo a favor de los laboristas del actual sistema. ¡Bingo!
El gran perdedor, no hay duda, es Nick Clegg. Y el Partido de los Liberales-Demócratas. Después de ayer, se encuentran atrapados en una coalición contraria a su naturaleza que aceptaron por las circunstancias del momento y con dos objetivos: reformar el sistema electoral y demostrar que las coaliciones pueden dar gobiernos tan estables como las mayorías absolutas.
Pero, fracasada la reforma electoral y con la perspectiva de futuros martirios en las urnas, ¿tiene sentido seguir en la coalición? Quizás solo uno: evitar tener que ir ahora a unas elecciones generales que a Cameron le dan menos miedo hoy que la semana pasada y que amenazarían con reducir a la mínima expresión la presencia liberal en los Comunes. Y también, claro, ser coherentes con la tesis de que las coaliciones son estables...
Nick Clegg aceptó ayer el tamaño colosal de la derrota pero no hizo ademán de dimitir. Tampoco se lo pidieron, excepto algunas voces marginales. Pero los liberales-demócratas entrarán ahora en una fase de debate interno para decidir qué hacer. Ayer perdieron la reforma electoral, 12 de los 17 escaños que tenían en Escocia, un tercio de los votos en Gales y la mitad de los 18 ayuntamientos que controlaban en Inglaterra y casi 700 de los 1.700 concejales que tenían.
Romper la coalición sería tanto como renegar de su propio credo, que reniega de unas mayorías absolutas que no pueden alcanzar. Cambiar de líder puede ser una tentación. La otra tentación es la de distanciarse de los conservadores sin llegar a salir del Gobierno. Airear en público sus diferencias en lugar de arreglarlas en privado. Romper de vez en cuando la disciplina de voto, sobre todo en cuestiones de alto valor simbólico. Pero a la larga, todo eso no haría más que dar la razón a quienes han defendido que las coaliciones no son cosa de británicos.
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